Por Óscar Fernández Galindez
Correo: osfernandezve@gmail.com
1.- El debate como contra discurso
El debate ha sido considerado clásicamente como el espacio de aclaratoria y profundización de ideas, pero no siempre quien gana el debate es quién va por el lado correcto. Los abogados lo usan para ganar juicios, y la aplicación de este ejercicio retórico no siempre conduce a la justicia.
Los políticos también lo usan para tratar de convencer a sus electores, pero la promesa electoral no siempre se traduce en hecho concreto en el político electo. Sin embargo, la realidad a veces es tan dura que la mayoría de la gente prefiere la promesa ante la posibilidad de ni siquiera poder imaginar algo mejor.
Alguna vez leí un graffiti que decía: “Estamos Cansados de Tanta Realidad, Queremos Promesas”.
El que debate es también que sabe contrapuntear, y que al igual que el cantante que improvisa, éste es de rápida agilidad mental para responder.
El que debate es también un vendedor. Un vendedor de ideas, proyectos, ilusiones y /o emociones. Es por ello que la forma de expresarse, lo que dice, lo que hace e incluso como se ve físicamente influye en la decisión del elector o del jurado. El hábil vendedor habla muy rápido para no dejar pensar al otro El que debate también. El que debate no busca entenderse con el otro ni construir algo nuevo juntos. Busca ganar.
El debate es una competencia desde la cual uno es visto como héroe y el otro es por lo general ridiculizado. Una palabra, un titubeo, una mínima duda. Puede cambiar el sentido de todo y hacer que un potencial ganador, pierda. Todo esto se refiere al acto competitivo del debatir. Pero en lo más profundo de esto, el que gana no siempre es el que gana.
2.- La cultura del desequilibrio emocional
Esta realidad de apariencias, esta cultura de la simulación. Además de vivir de mentira en mentira. De ficción en ficción, le rinde culto al desequilibrio.
Un ser muy creativo y muy desequilibrado, es casi un sinónimo, en este mundo en el que lo anormal, es normal.
Así pues, un artista, un político, un científico o un filósofo, que se comporta como un niño caprichoso de cinco años y que maltrata a todos, es visto como algo aceptable, porque sus creaciones tienen al parecer, un valor superior a la dignidad humana.
De allí que la Oreja de Vincent van Gogh, no sea esquizofrenia sino creatividad. Es por ello que los mejores creativos en todos los ámbitos, no son locos sino excéntricos.
¿A qué le rendimos culto? Al ser que es incapaz de mirarse a sí mismo hacía adentro. El nivel más básico en la evolución de la consciencia humana, es la estancia instintiva que nos empuja a huir o a atacar huyendo.
De allí que la estimulación de los sentidos se muestra ante nuestros ojos como el único y mejor camino para ir hacía la elevación del espíritu. Un ser que no trasciende sus sentidos para ir en busca de la no mente, sólo es un ser que no es ser sino ego.
La fragilidad del ser habita en la “ensalsacion” del ego. El ego no sabe de paz, de calma, de serenidad. Creatividad y estar en el centro de sí mismo, no tienen porqué ir por lados opuestos.
Sin embargo la egolatría de esta cultura coloca al desequilibrado en el lugar más alto. Por ejemplo, en el ámbito de la poesía, los mendigos drogadictos o alcohólicos que escriben desde sus excrecencias más profundas, al conectarse con sus espejos podridos, terminan siendo los más admirados.
Es por ello que debemos mirar hacia el equilibrio. Hacia la paz y la coherencia. Está paz, este equilibrio no es estridente, no es bullicioso. Por ello no llama la atención de la mayoría. Por lo tanto no vende porque el silencio. El verdadero lugar de la libertad, no vende.
Dime, ¿que opinas al respeto?. Te leo en los comentarios.