Por: Luis Alfonso Briceño Montilla – Trujillo, Venezuela   / Correo: ciudadbohemia1@gmail.com / Instagram: @luisbriceño13 / https://orcid.org/0000-0001-6713-1070

Los niños, los jugadores de fútbol y los de ajedrez, juegan con la más profunda seriedad y no sienten la menor inclinación a reír. – Huizinga Johan

El reconocido antropólogo Johan Huizinga ubica la categoría del Homo Ludens a la par del Homo Faber, debido a su carácter reproductor y creador que implica a ambas perspectivas. Más allá de los elementos biológicos y psicológicos, abre el abanico hacia un estadio mucho más complejo, general y abarcador como la cultura. Antropológicamente toma como antecedente diferentes expresiones humanas y las funciones sociales de lo lúdico como parte de las manifestaciones y escenarios en los cuales se materializa. A diferencia de los animales, Huizinga (2007) afirma que: “Nosotros jugamos y sabemos que jugamos; somos, por tanto, algo más que meros seres de razón, puesto que el juego es irracional” (p.15). Y, a dicha irracionalidad la acompaña la premisa inicial de que jugadores de futbol, niños y ajedrecistas juegan con la más profunda seriedad. Es decir, la cancha, el tablero o el espacio lúdico del niño es un campo en el cual se juega más que una simple partida.

Lo anterior nos hace suponer que a pesar de la racionalidad o el significado previo que puede poseer un partido de futbol para una nación, como la reciente final entre argentinos y franceses, el momento de la disputa se transfigura en un campo de batalla similar a la guerra. Tanto las reglas del juego como la multitud se desenvuelven y manifiestan como un ritual serio, profundo y de comunión. De manera que, la perspectiva del hombre que juega y se desenvuelve dentro de ciertas esferas sociales como una acción implícita, individual y colectiva, son matizadas en distintas formas y contextos que variaran según su naturaleza y reglas implícitas o explicitas impuestas:

Quedamos, pues, que con el juego tenemos una función del ser vivo que no es posible determinar por completo ni lógica ni biológicamente. El concepto «juego» permanece siempre, de extraña manera, aparte de todas las demás formas mentales en que podemos expresar la estructura de la vida espiritual y de la vida social (Ibíd. 2007, p.19).

No es posible entonces signar determinismos sobre el juego y su papel como una función social dentro de la cultura humana. Pues la capacidad de paralización del planeta frente a un deporte como el futbol escapa a cualquier forma de reducirlo a mero acto de golpes al balón sobre un césped. Más allá de ello, constituye una importancia en la cual los jugadores gozan de popularidad, representación y modelos dentro de una sociedad y medios que signan su trascendentalidad al nivel de jerarcas, presidentes y estrellas del espectáculo.

El aniñamiento de un deporte

En la reciente final del mundial de futbol de Qatar, un hecho notorio fue protagonizado en la final por la reconocida figura del arquero Argentino –el Dibu Martínez-, quien ha sido juzgado y alabado por representar según un reconocido psicólogo el Maquiavelo del futbol. Esta comparación se hace en alusión al juego psicológico y Maquiavélico intimidador con respecto a sus rivales en la tanda de penaltis. La acción consistía en un cruce de palabras a modo de reto que incluyo bailes y expresiones desafiantes desde la perspectiva de una especie de tensión psicológica. Lo cual generó opiniones divididas en la prensa, selecciones, redes sociales, países y analista diversos.

Más allá de la moralización o las implicaciones éticas entre puritanos y paganos, este hecho repercutió al punto de que la FIFA tomara la decisión de prohibir cualquier forma de acercamiento o cruce de palabras a la hora de cobrar en la tanda de penales. Ya en sí, la inmersión de tecnologías como el Video Assistant Referee (Var) ha venido modificando la naturaleza del juego por una especie de moralización que hace del mismo una senda de la rectitud, acompañada de la anulación de los sentidos primarios y la vigilancia de los actos. Esto supone un creciente nivel de reglamentación excesiva similar a un tipo de dispositivo de control. La normatividad en el campo de juego se va asemejando a un espacio de control y supresión de los sentidos.

Todo juego involucra una lucha tensional más allá del mero acto mecánico de movimientos. Un jugador de futbol o un ajedrecista son en esencia la vinculación de un conjunto de dimensiones físicas, intelectuales, instintivas y psicológicas; por lo cual, la anulación de alguna de estas, es una forma de ruptura holística cuerpo-mente-espíritu. ¿Acaso estamos ante la presencia de un futuro en el que la mirada entre jugadores constituirá un delito o amenaza hacia su mismidad existencial? ¿Acaso estamos ante la presencia del aniñamiento de un deporte? Si la anulación de la fortaleza mental es privada por la normatividad que entrará en rigor gracias a la FIFA, entonces, habría que sintetizar al futbol a un mero acto de pateo de balones. Esto supone la fragilidad de una organización orientada hacia la expulsión de dolor. En este caso, el de la disputa psicológica por la positividad impuesta como norma. Positivar al contacto físico y mental de una disputa, es expulsarlo de su carácter redentor manifiesto en formas de negatividad propias del choque entre fuerzas físicas y mentales desarrolladas dentro del juego.

Reflexión

Ante el creciente pensamiento positivo, el lenguaje positivo, la negación del dolor, la evasión, la fragilidad cognitiva o las ideologías nocivas que se incrementan como cultura de la cancelación, el aniñamiento de un deporte como el futbol parece alinearse con dichas corrientes en desarrollo. No se trata aquí de exacerbar el carácter masculino salvaje, dominante o patriarcal de un juego de contacto físico, estratégico y mental, sino más bien, reflexionar sobre el aniñamiento y la distanciación de cualquier forma de dolor. Pues la humanidad en su carácter tensional es una disputa que incluye las fuentes de lo positivo y negativo que posibilita la creación, ampliación y crecimiento.

Negarlo es adentrase en las aguas de una ideología que produce la fragilidad de una sociedad condicionada por la normatividad y el orden del sé feliz sin el menor daño. Después de todo, son las experiencias dolorosas y sacrificiales las que fundan una especie de espíritu fuerte como formas de recompensa ante los múltiples escenarios que nos encontramos sometidos. Y como sentenció el propio Dibu Martínez ante las decisiones de la FIFA: “No sé si voy a atajar otro penal de acá a 20 años. Pero ya ataje los que tenía que atajar, en la copa América y en el mundial”. Ello determina la seriedad y compromiso con una nación en la que el juego representa más que un simple juego.

Estimados lectores, me despido hasta mi próximo artículo y los invito a seguir mi cuenta Instagram @luisbriceño13 así como visitar y suscribirse en mi blog personal, donde encontrarás información de interés, actualidad y con pensamiento crítico https://proyectoeditorialatopos.wordpress.com/

Bibliografía

Huizinga, Johan. Homo ludens. Madrid,: Alianza Editorial, S. A., 2007.

 

 

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