Por: Óscar Fernández Galíndez – Venezuela / Correo: osfernandezve@gmail.com
En una ocasión leí al físico y museólogo Jorge Wagensberg decir que existían científicos cocineros y científicos poetas. Los primeros se dedican a hacer experimentos y los segundos a teorizar. Pero podría esto verse más agudamente, de hecho los cocineros están tan fragmentados que de un laboratorio a otro aunque estén uno al lado del otro, ya hay grandes distancias. Incluso entre un científico del mismo laboratorio y otro también lo hay.
Lo mismo ocurre con los poetas, no sólo tienen dificultades para comunicarse entre ellos sino también con los cocineros. Estos poetas los hay de dos tipos, los que teorizan con números y los que lo hacen con palabras, por supuesto también hay híbridos entre estos. Cómo lo son los filósofos matemáticos.
Estos también están divididos y convencidos de un único camino para hacer las cosas. En medio de todo esto surgen intérpretes que pueden servir de puentes epistemológicos entre unos y otros. Entre estos seres podríamos mencionar por ejemplo: Eduar Punset o a Carl Sagan a quienes los fragmentados de arriba los minimizan con el rótulo de “divulgadores”.
Un ser capaz de ver en y a través de la ciencia, no sólo es capaz de tejer conexiones, sino de proyectar, proyectarse hacia una nueva ciencia que busque la integración interhemisferico cerebral.
Del lado de las ciencias sociales y humanas también se dan éstas fragmentaciones, sin embargo, desde allí surgen términos tales como interdisciplina y transdisciplina. Algunos sólo nombran éstos términos para sentirse en la moda, otros ven y sienten que a pesar de las resistencias ya esto se está dando en la percepción de los niños y jóvenes, aunque estos no lo entiendan bajo palabras sino por acciones.
Un filósofo en un laboratorio o un científico experimental que también hace filosofía, es todavía visto aquí en Venezuela como una herejía, y si bien hay quienes lo hacen, aún no llegan a ser lo suficientemente común como para hablar de un cambio paradigmático más de una tendencia creciente.
El pensar y el hacer han sido separados y esto no quiere o pretende significar que los científicos experimentales no piensan, si lo hacen pero en base a una dimensión enfocada a la resolución de problemas específicos que les impide ir más allá de una visión inmediatista.
En ellos y desde ellos, difícilmente surge una reflexión como esta, y si ocurre inmediatamente es criticada.
En una ocasión pregunté a un científico de estos: ¿qué opinaba sobre los escritos filosóficos de Ilya Prigogine? Y este me dijo:
–Algunos científicos creen que luego de ganar el premio Nobel pueden hablar sobre cualquier cosa.
Y en este caso me refiero a un científico que él mismo era polifacético porque siendo médico de formación terminó siendo biofísico y a veces parecía más ingeniero o matemático. Sin embargo, no podía ver más allá de un paradigma eminentemente hemisférico cerebral izquierdo.
La necesaria “complejización” de la comprensión de la ciencia, ya no social o natural, ya no dura o blanda, ya no sociales o humanidades, simplemente ciencia. Nos debe conducir hacia otro mundo. Y está en nuestras manos avanzar hacia eso.
Esta es la ecología de la mente o ecología de las ideas de la que nos habló Gregory Bateson. El mundo exige dar ese cambio.