Por: Óscar Fernández Galíndez – Venezuela / Correo: osfernandezve@hotmail.com
El amor puede ser definido de muchas formas y la más común es aquella que lo relaciona con la química cerebral que se genera entre dos seres y que en la mayoría de los casos conduce al acto sexual y al intercambio de fluidos corporales.
Esa es una lectura y podríamos decir que es la más débil de la ecuación. No neguemos que a través de la experiencia anteriormente señalada también se puede llegar al amor, pero esta por sí sola no lo representa y no lo define como la única vía.
El amor está inscrito en lo que somos como esencia. Es decir, todo lo que existe, está hecho de un componente que conecta todo con todos, a esa clave de la expresión de la existencia la podemos llamar amor. Es por ello que la mayoría de las religiones hablan del amor incondicional o de amar al prójimo como a uno mismo.
Esta comprensión del amor no sólo nos permite comprender la totalidad como fin último, sino que además nos muestra el camino de salida de esta matrix. Llegamos a dicha realidad siendo niños en la comprensión del mundo y debemos irnos siendo adultos y capaces de hacernos responsables por nosotros mismos.
Lo antes mencionado pasa por varias etapas, la primera consiste en aprender a distinguir entre el bien y el mal, no en las personas sino en sus acciones que por supuesto también incluyen las nuestras. La segunda etapa pasa por desapegarnos del mundo y comenzar a vivir ya no como actores inconscientes, sino como testigos conscientes y coherentes. Y la tercera, pasa por ver y entender que todo esté viaje se traduce en amor.
El amor es en realidad lo único que existe y fue por amor que llegamos aquí y por amor volveremos a nuestro origen, que no es más que puro amor. Creemos que el amor es puro sentimiento, pero es mucho más que eso, es vibración, frecuencia, calor, color, temperatura, olor, textura, ciencia y consciencia. Es también principio y fin, es totalidad, es unidad. Si logramos juntar todo lo que existe en una sola expresión, dicha expresión sería el amor. El universo es amor.
Quienes aún no entienden, pueden creer que esto es romanticismo puro. Pero es que hasta eso que creemos como malo, desagradable, catastrófico, injusto y perjudicial, es también amor. La mayoría de las religiones nos piden que no juzguemos, y es que el lograr entender y percibir en el otro su esencia, más allá de sus actos, es conectarse con el amor.
No sé trata de ser permisivo, lo que no está bien. Pero todo en esta realidad forma parte de un juego en el cual cada uno de nosotros asumió un papel, incluso digo más, hay seres de luz conscientes que juegan a hacer el mal para ayudar a otros a elevar.
Por supuesto la gran mayoría está dormida y no sabe lo que hace. De allí que no pocos sean buenos y malos a la vez sin darse cuenta. Mientras más responsables de nosotros mismos seamos, más consciencia de quienes somos habrá y en consecuencia, la compasión que de nosotros surja hacia los demás nos acercará más al amor universal que es la unidad.
Es por ello que en lo más simple está lo más complejo y todo esto se traduce en sincronicidad. Cuando el pensamiento y la emoción se conectan con el todo, emerge la magia y el amor se hace presente.
Para poder vivir día a día en la gracia del amor, no hay que salir a buscar ni querer o tener que hacer grandes cosas. Solo el corazón y la voluntad del ser, deben ser nuestros guías y la clave de que lo hacemos bien, dicha señal la dará la sincronicidad de la vida.
Eso que ocurre y la mayoría llama casualidad ha de ser el centro de nuestras vidas. Debemos estar preparados para lo inesperado y confiar plenamente en que la voluntad del padre y la voz del corazón nos guiarán en todo momento, así como ocurre mientras escribo éstas líneas.
Todo es amor.