Por: Magda Lorena Cortés Moreno – Tunja, Colombia / correo: mlcortesmoreno@gmail.com / Instagram: @cienciaparalapaz
De acuerdo con Luisa Méndez, entrenar y usar ratas en pruebas en campo abierto era mucho más económico que usar perros, “con lo que le das de comer a un perro en un día le das de comer a seis ratas en una semana, los costos veterinarios son menores, los costos de reproducción son menores”, explica la doctora Méndez. El proceso de entrenamiento de los perros es individual, cada perro tiene unas características específicas, según la veterinaria Luisa de una camada de perros no todos logran ser entrenados y luego servir en campo.
Mientras que al contrario con las ratas, de una camada de 12 a veces era una la que no servía para detectar explosivos y principalmente por problemas más biológicos que conductuales o de entrenamiento. Según la doctora Luisa cuando el perro nace hay que esperar que tenga entre 6 y 8 meses para empezar a entrenarlo, también explica que “la vida útil de un perro de trabajo no supera los diez años precisamente por el desgaste fisiológico, por la subida y bajada de pisos térmicos. Con las ratas a la tercera semana ya están activas, si bien no duran sino tres años la vejez no es tan evidente como la del perro, no tienen un desgaste fisiológico tan alto.
Para la investigación se compró un equipo que daba las medidas exactas de los tiempos que se demoraban los animales en hacer la detección y en relación con estos datos, Luisa Méndez obtuvo uno de los más grandes resultados de su investigación: las ratas mamás les enseñaban a sus hijos a hacer detección del componente explosivo, “el trabajo fuerte fueron las dos primeras generaciones, se hizo el comparativo del tiempo de aprendizaje de los roedores cuando nosotros les enseñábamos el sistema y cuándo la mamá empezaba a enseñarles a hacer detección sobre la tercera semana”, recuerda la doctora Méndez. Estas observaciones demostraron que se reducía en un 83% el tiempo de entrenamiento de las ratas porque aprendían más rápido de sus mamás.
En cuánto al trabajo en campo, las ratas se entrenan para trabajar en cuadrantes que van aumentando de tamaño. A medida que se aumenta el tamaño del campo se puede aumentar la cantidad de animales, “nosotros llegamos al marco de 20 metros cuadrados, que era un marco apto según los protocolos de desminado”, explica Luisa Méndez.
Mientras realizaban las pruebas en campo controlado observaron que la rata iba caminando por la mitad y de pronto se pegaba a una esquina, “nos dimos cuenta que dónde la rata hacía quiebre y se escondía eran los lugares que eran corredores nocturnos de los gatos, entonces lo que nos tocaba hacer era que no los vieran como enemigos”, recuerda la doctora Méndez. Para esto era necesario enseñarles a las ratas desde muy chiquitas al gato, eso tenía que ocurrir desde su tercera semana de nacida e igual era necesario destetar al gato tempranamente para “hacer el proceso de entrenamiento y socializarlo con las ratas”, explica la doctora Luisa.
Con los datos obtenidos, la doctora Luisa realizó comparaciones no solo con los perros si no también con los detectores que en ese momento se tenían en servicio, demostrando que los dispositivos biológicos eran la mejor alternativa para la detección de minas antipersonal en campo real, “el perro hace rastreos por encima del 70% de efectividad, las máquinas están alrededor del 50%-60%. Con las ratas se llegó al 93% de efectividad”, argumenta Méndez.
Este proceso en campo controlado se alcanzó a realizar, seguía la fase de hacer pruebas en campo abierto real, “estaban programadas para realizarse junto con el ejército y había presupuesto para empezar a hacer las pruebas”, dice la doctora Luisa.
Finalización del proyecto
El proyecto terminó antes de poder ensayar la eficiencia de las ratas en terreno real.
Además de las dificultades mencionadas antes, hubo una que fue muy particular para el caso del laboratorio en una institución que no es puramente académica. Esta fue la escasez de personal y la escasez de personal calificado. “Era para que tuviéramos al menos 15 o 20 personas en el laboratorio, estábamos entrenando 60 animales al tiempo y realmente en el laboratorio éramos 3 patrulleros y yo”, recuerda la veterinaria Luisa Méndez. Si había un evento científico ella tenía que ir, si había una feria de ciencia y tecnología, se turnaban. Alguno se quedaba en el laboratorio dándoles comida a las ratas y los otros hacían la demostración en los eventos. Se rotaba mucho personal porque no eran científicos ni técnicos, eran patrulleros, “algunos de ellos que habían llegado por castigo ahí, eran guías caninos o carabineros que estaban castigados, les quitaban el perro y los mandaban para el laboratorio de conducta”, recuerda Luisa Méndez.
Hasta esta etapa del proyecto la financiación fue recibida de parte del Ministerio de Defensa, “del área de ciencia y tecnología. Colciencias lo que hizo fue acreditar el grupo de investigación y darnos la categoría C, creo que llegamos a B”, recuerda Luisa Méndez. De acuerdo con la doctora Luisa, con el cambio de gobierno y el inicio de los acuerdos de paz se esperaba que las FARC entregaran la ubicación de las minas por lo que no se le dió más presupuesto al proyecto.
Aún con dinero por ejecutar, la investigación terminó abruptamente por diversas razones que no aborda este artículo. Sin embargo, la investigadora Luisa Fernanda Méndez Pardo tuvo que hacer algo que para cualquier investigador sería impensable: botar el trabajo de años a la basura, Luisa tuvo que sacrificar 35 animales de investigación, “animales que ya estaban haciendo rastreo en campo controlado. Las mamás de las crías que hacían autoaprendizaje, métalas de a dos, sacrifíquelas, páselas a una bolsa roja. Ese día dije no más, esto acabó para mí. La investigación salió del campo público y desapareció”, recuerda Luisa Méndez. Luego de terminar esa tarea, terminó en urgencias médicas y en el 2016 renunció.
Esto ya hace parte de las memorias de Luisa Fernanda Méndez, porque los artículos con los datos nunca vieron la luz, muy pocas publicaciones quedan de medios de comunicación y uno que otro en revistas académicas, sobre todo porque ella los ha guardado como un recuerdo de sus años de trabajo con el proyecto Rattus. Actualmente, la doctora Méndez se dedica a la veterinaria, en el área de conducta.