Por: Óscar Fernández Galíndez – Venezuela / Correo: osfernandezve@gmail.com
” No todo el que estudia aprende y no todo aprendizaje proviene del estudio”.
Debo comenzar por señalar que para la gran mayoría de las personas, los términos aprendizaje y estudio son casi que sinónimos o en su defecto ven a uno como consecuencia del otro. Es importante distinguir que el aprendizaje es un proceso natural en todos nosotros y que como tal no requiere de ningún esfuerzo.
Al contrario, el estudio es un proceso artificial, por lo tanto, el mismo requiere de cierta dedicación y/o esfuerzo. Siempre se nos hizo creer que estos dos términos iban incluso de la mano y que por lo tanto si estudiábamos, de seguro aprenderíamos y que además solo se podía aprender a través del estudio. Y más allá, nos hicieron creer que el aprendizaje con esfuerzo era el único y el mejor.
Yo nunca sentí esto así, y desde muy niño me resistí al estudio, más nunca me negué al aprendizaje. Al principio aprendí a estudiar y a cumplir con mis deberes escolares con el fin no de aprender, sino de tener más tiempo para jugar y luego más adelante para aprender a mí modo lo que realmente me interesaba.
Así fui construyendo sin saberlo mi currículum paralelo, que más adelante sería el único currículum. No pasó mucho tiempo en que me percatara de lo que se me hacía más fácil y que a la vez me gustaba más, me permitía avanzar mucho más rápido y entender que allí estaba el núcleo de mi naturaleza.
Más adelante descubrí no solo que no todos nos interesamos en lo mismo, sino que incluso, cuando fuese lo mismo no sería aprendido de igual modo. Allí fue cuando descubrí que de forma natural existe en nosotros un estilo de aprendizaje que nos permite avanzar rápido y sin esfuerzo.
Recuerdo cuando estudiaba química general en la universidad, había un muchacho que resolvía los problemas más difíciles casi sin pensar, y cuando le preguntábamos como lo había hecho, no sabía cómo explicarlo.
Luego noté lo mismo con ciertas personas en física y en matemáticas. Luego cuando trabajaba en mi casa dando clases particulares, en una ocasión tuve una estudiante que hacía todos los problemas de física y los resolvía correctamente, pero de igual modo no entendía el cómo llegaba a lo que llegaba.
En mi caso particular nunca pude avanzar en mi aprendizaje si no entendía, es decir, si no era capaz de autoexplicarmelo a mí mismo. Hasta ese momento creí que ese era mi único camino de aprendizaje hasta que descubrí otra cosa que a continuación les voy a contar.
Estudiando química orgánica
Desde que estudié química orgánica en bachillerato me gustó mucho, tanto que mi estrategia de estudios consistía en corregir un problemario que tenía casi todos los ejercicios mal escritos. Cuando llegué a la universidad me tocó un profesor que comenzó dando las primeras clases en idioma inglés, eso para mí no significó ningún problema y al poco tiempo descubrí que tenía el don de realizar las prácticas de laboratorio más rápido y con resultados siempre perfectos. Nunca fallé en ningún experimento, era como que si mis manos se movían solas.
En las clases de genética
Más adelante cuando estaba en clases de genética en la universidad, un día la profesora dice que iba a hacer una evaluación oral y que consistía en meter la mano en una bolsa, sacar una pregunta y responderla. Antes de meter la mano en la bolsa, la pregunta ya estaba en mi cabeza, por lo tanto, cuando leí dicha pregunta, ya tenía tiempo pensando la respuesta. Por mucho tiempo estuve una duda, una especie de conflicto interno preguntándome a mí mismo, ¿he hecho trampa o no?, pero no sabía ni siquiera a quien contárselo.
Mi proceso de aprendizaje siempre consistió en integrar conocimientos, de allí que aunque estudié biología, no pude dejar de conectar todo lo que entendía con las ciencias sociales y más adelante con la filosofía.
El primer escrito reflexivo que hice
Me llevó como dos o tres meses y no llegó a llenar ni una cuartilla, emocionado corrí a mostrárselo a quién para mí era el profesor de mente más abierta del departamento, porque él nos había hablado de experimentos en los que se ponía a prueba sí los animales tenían o no alma.
Cuando el profesor vio el texto, me miró y me dijo: ¿Qué te fumaste, estaba verde?
Al principio me confundí, porque creí que él entendería, luego al pasar los años, sentí una gran alegría al descubrir en mí que soy uno de esos de los que se la “fuman verde con la vida”.
Luego me interesé en la fotografía artística y el maestro de fotografía me dijo: Tu tira las fotos a lo loco y te salen bien. Un día me dio por descargar un par de aplicaciones de edición de imágenes y comencé a jugar con ellas, rápidamente comenzaron a aparecer interesantes resultados.
En resumen, les cuento que un primo de mi mamá que es artista plástico, me dijo que lo que había logrado estaba al nivel para ser expuesto. Un día me llega a través suyo, una invitación a una convocatoria artística y me atreví a enviar algo y entre más de 300 artistas nacionales y extranjeros, quedé entre los 60 seleccionados.
Una amiga investigadora en el ámbito de la transcomplejidad dijo una vez: A él le gusta que le llamen loco, refiriéndose a mí. Una compañera de trabajo cuando aún era profesor en la universidad me dijo una vez: Ven acá cerebro con patas. Mucha gente se asusta ante la diferencia, yo al contrario he convertido en mi principal objeto de estudio comprender todas las diferentes formas de aprender, comenzando por mí mismo.
El camino hacia el aprendizaje, no tiene porqué ser un obstáculo para nadie y cada quien puede alegremente, tejer su propia ruta hacia la felicidad.
Extraordinarios reflexión. Muy alentador para los que en ocasiones estamos perdidos y no terminamos de confiar en nosotros. Si se puede. Todos tenemos nuestro tesoro.