Petroglifos. Revista Crítica Transdisciplinar 4(2):8-16 julio-diciembre 2021
ISSN: 2610-8186
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Artículo Divulgativo

Educación doméstica: Base de la paz escolar

Domestic education: Base of peace school
1Investigadora Independiente en Ciencias de la Educación Derecho Civil, Penal y Criminología. Urbanización San Jacinto, Residencia Greco, Torre Nilo 2-D. Maracay, Venezuela.
*Correo electrónico: yarseniavanegas@hotmail.com
Recibido: 12/04/2021 Aceptado: 12/07/2021 Publicado:
RESUMEN

La educación doméstica pasa por proveer estructuras, orden y límites en el contexto de la familia, lo cual incluye una experiencia plena de filiación, aportando a los hijos un sentido de raíz, identidad, vinculación, pertenencia social con principios y valores de arraigo, practicados por el núcleo familiar. Construcción que en este ensayo, es un aporte de importancia para una sociedad donde se imponga la paz desde el hogar hacia afuera, asumiendo la educación mediante el contacto nutritivo del hogar, las bases de quien informa, instruye, moldea, capacita, habilita y afianza el buen vivir; además de modelar, pues los padres como educadores tocan lo esencial, lo medular, lo íntimo de las personas: mapas, valores, creencias y respeto por sí mismo, por la vida, por las instituciones, por las leyes. De allí la relación que guarda la educación domestica con la paz, como proceso permanente. Recuperar la idea de paz, implica construir y potenciar en el proceso de aprendizaje unas relaciones fundamentadas en esta, entre educando-padres-docentes; entre ciudadano y poder. De ello se deriva la necesidad de afrontar los conflictos que se den en la vida cotidiana, en la escuela y en la sociedad de forma no violenta, imponiéndose una educación doméstica, donde los padres asuman responsablemente su rol como educadores y formadores de sus hijos, sacando de la interioridad orgánica y emocional del hijo, la persona que está contenida, pues formar es modelar para la vida.

Palabras clave: conciencia, convivencia, identidad, valores morales
ABSTRACT

Domestic education involves providing structures, order and limits in the context of the family, which includes a full experience of filiation, providing children with a sense of roots, identity, bonding, social belonging with rooted principles and values, practiced by the family nucleus. Construction that in this essay, is an important contribution to a society where peace is imposed from the home outwards, assuming education through the nurturing contact of the home, the bases of who informs, instructs, molds, trains, enables and strengthens The good life; in addition to modeling, since parents as educators touch the essential, the core, the intimacy of people: maps, values, beliefs and respect for oneself, for life, for institutions, for laws. Hence the relationship between domestic education and peace, as a permanent process. Recovering the idea of peace implies building and enhancing in the learning process some relationships based on it, between educating-parents-teachers; between citizen and power. From this derives the need to face the conflicts that occur in daily life, at school and in society in a non-violent way, imposing a domestic education, where parents responsibly assume their role as educators and trainers of their children, drawing from the organic and emotional interiority of the child, the person who is contained, since to form is to model for life.

Key words: Coexistence, conscience, identity, moral values

Introducción

La educación doméstica es pilar fundamental para el desempeño del núcleo familiar en el ámbito del hogar, el trabajo, las organizaciones y en sí para el ejercicio ciudadano de sus miembros; representando las bases primarias de enseñanza del niño para su correcto desenvolvimiento, dentro y fuera del hogar. En ese sentido, es pertinente destacar que ningún aprendizaje está definido para la vida en cualquier esfera del desempeño, pues las experiencias obtenidas de la familia, forjados en el seno del hogar, son generadoras de formación y aprendizajes de buenas costumbres y hábitos correctos para el buen vivir en sociedad.

De allí que la formación con buenos ejemplos, crean las bases para una conducta ciudadana donde valores como la verdad, la acción correcta, el amor, la no violencia y la paz, según Sai Baba (2015), son parte integral del ser humano, en cuya esencia lo ético y moral permita la claridad para las acciones, estimando que la vida en familia es la experiencia más definitoria e influyente en la vida de un individuo por encima de otras, como las institucionales o del grupo social. Es la educación doméstica la que deja su huella indeleble en la vida y esencia de todo ser.

Por ello, la presencia de una familia que educa, tendrá la posibilidad de formar sujetos honestos, humildes, respetuosos de las ideas propias y ajenas, alimentando una mente sana para discernir y ponerse de acuerdo en los asuntos en los que difiere, formando el carácter del escolar para que en su actuación sea un ser tolerante, que acepta las ideas del otro, sin que ello se interprete como concesión, condescendencia o indulgencia, pues ante todo, es una actitud de reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás no para que la paz se imponga, sino que sea el resultado de la educación en el hogar.

Es importante señalar que un lugar relevante para la sociedad es la formación del sujeto en espacios escolares, apoyado en el vínculo de la familia con la escuela, para que se produzcan la corrección de conductas y comportamientos en el marco de la convivencia social. Representando la paz un estado a nivel social o personal, en el cual los sujetos se encuentran en equilibrio, generando estabilidad de todas las partes involucradas.

De acuerdo a lo antes expuesto, interesa destacar el papel y la transcendencia que tiene la educación doméstica en la paz escolar, como eje temático sobre el que gira el presente artículo, asumiendo que la escuela es un escenario propicio para el intercambio de todos los actores que allí deben convivir, y las conductas inapropiadas que no tienen una atención inmediata en el hogar, pueden incidir de manera negativa en la actuación de quien la provoca, en contraposición con la paz.

Entonces, el derecho a la paz es impostergable, beneficiando no solo a las partes involucradas de modo directo, sino también al entorno donde se produce, por el alcance que tiene para el escenario circundante, la paz escolar. Por ello, interesa hacer hincapié en la educación doméstica como garantía de armonía, donde la formación de valores desde el núcleo familia, se traduzca en convivencia para los distintos grupos, clases o estamentos sociales dentro del ámbito escolar.

La Educación Doméstica

El abordaje de la educación doméstica, da lugar a su definición, concibiéndola como la educación que proviene del hogar; donde la familia, constituida por  los padres, abuelos o parientes al cuidado directo de los niños, son responsables de su educación; generadores de las primeras bases de formación del sujeto. Afirmando Salvador (2011), que “la demanda de educación dentro del seno familiar es un movimiento que toma cada vez mayor fuerza” (p. 4). Justificándose porque sus resultados van más allá de instrucción: formación y logro de autocontrol.

Pero expone Salvador (ibidem) “hay un clima convivencial escolar que coincide con modelos antagónicos al humanístico, que impiden las enseñanzas y causan conflicto escolar”. Ante esto, los padres y madres tienden a optar por otras alternativas a la escuela, modelando comportamientos, principios y hábitos para la convivencia en sociedad, y seguramente este canal de referencia puede moldear al niño o el joven para que su comportamiento fuera del hogar y la escuela, fortalezcan esa educación.

En todo caso, la educación del hogar pasa a ser el cultivo de un espíritu sano, que fortalecido en los valores, contribuye con la formación de un buen ciudadano, que sin dejar de respetarse a sí mismo, dialoga o discierne de las ideas del otro, pues en este compartir se produce el equilibrio como consenso para la paz, donde la tolerancia es fundamental, sin que ello signifique justificar el quebrantamiento de las propias ideas, solo que supone hacer de las mismas un reconocimiento al respeto, la aceptación y el aprecio de la inmensa diversidad de formas de pensar, producto de nuestras formas de expresión cultural, como lo establecen las normas en instrumentos internacionales, relativos a los derechos humanos, para su consideración.

Lo anterior es planteado por la Declaración de principios en la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) del 16 de noviembre de 1995, cuyo primer artículo sobre el significado de la tolerancia, dice así:

…La fomentan el conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. La tolerancia, la virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz (p. 10).

Planteada la tolerancia en esos términos, introduce un valor fundamental para una cultura de la paz escolar, sustentando que respetar las ideas propias comienza por aceptar las ajenas, lo que no significa renunciar a las convicciones personales o atemperarlas; tomando en cuenta que toda persona es libre de adherirse a sus propias convicciones y aceptar que los demás se adhieran a las suyas, destacando lo más significativo, como es el hecho de que los seres humanos, naturalmente caracterizados por la diversidad de su aspecto, su situación, su forma de expresarse, su comportamiento y sus valores, tienen derecho a vivir en paz y a ser como son. También significa que nadie debe imponer sus opiniones a los demás, esta conducta tiene en la educación doméstica un espacio de formación.

Tal cultivo de comportamiento deviene del hogar, donde la educación es guía orientadora para el desempeño productivo y efectivo del sujeto, con la conciencia de afrontar las necesidades propias o de alienación de estas, el amor por su país y los principios democráticos, el respeto, la consideración por el otro; pues una educación doméstica o familiar sin esa orientación, promueve antivalores, conductas amorales y antiéticas que en nada favorecen la paz. En la actualidad, este último escenario muestra un alto pronunciamiento de conductas disruptivas que desencadenan en violencia escolar, siendo posiblemente el descuido de la familia por educar para la paz.

En ese sentido, Barroso (2006) expresa que el irrespeto por el otro, la actuación de atropello, las riñas, son algunos detonantes de violencia asumidos por el ser humano, lo cual tiene que ver con lo vivido y aprendido en el laboratorio familiar. Declarado tal laboratorio, como el hogar donde conviven los miembros de la familia y primera esfera del gobierno de una república, pues el poder de una nación reside en la institución de la familia, siendo en el hogar donde el auto – gobierno es desarrollado y practicado, porque es en el seno de la familia donde se forma el carácter del ser humano.

En el hogar se forma la ética, los valores, el sentido de responsabilidad, el apego a los valores ciudadanos, así como el compromiso con los ideales democráticos; se aprende a ser ciudadanos de primera o ciudadanos de segunda; pues la verdadera moral y cívica, la que se forja de adentro hacia afuera; no la que se forma de afuera hacia adentro, producto de la observancia externa y el temor al rigor de las leyes, se forja en el seno del hogar. La escuela, la iglesia, el estado y la comunidad refuerzan este proceso, pero no pueden ser un sustituto de lo que sólo el hogar puede proveer, como refuerza Vallejos (2014):

Familia alude a arraigo, a vínculos sólidos entre varias generaciones que aseguran la socialización primaria y la unidad económica de sus miembros. La educación de los padres conduce a sus hijos a reconocer tanto sus propios límites intelectuales como los sociales, desarrollando un juicio reflexivo para actuar a partir de la conflictiva confluencia de lo que desea y puede hacer.(p. 28)

Desde lo antes mencionado, a través de la familia, el niño y el joven no solo recibe la herencia genética, sino también la fe, ideologías, tradiciones, costumbres, afinidades, aversiones y otros, para integrarse paulatinamente a la sociedad y comenzar a manifestar su comportamiento.

La Paz Escolar desde la Familia

Hablar de la paz incluye a la familia en una primera instancia, pues el hogar es el centro de formación por excelencia de los seres humanos, ya que ni la escuela, ni la universidad, así como ningún otro centro educativo pueden sustituir la riqueza, potencialidad y versatilidad que proporciona la vida en familia. La educación académica enfocada en la escuela, la universidad u otro espacio académico, aporta los elementos técnicos y de cultura general, en términos de teorías, modelos y métodos necesarios para el desempeño en el trabajo en las organizaciones, y para las múltiples orientaciones en la vida.

Otras instancias de la sociedad, como los medios de comunicación y el estado, actúan como complemento de peso importante en el proceso formativo de los futuros ciudadanos; pero es la dinámica de la vida familiar la que deja la huella – la impronta – gravada a presión, con caracteres indelebles en los individuos, a través de mapas, modelos, actitudes y comportamientos observados y vivenciados, aprendidos y codificados a lo largo de la vida en familia.

En todo caso, los padres son los maestros naturales por excelencia y el hogar es la primera escuela por naturaleza para formar personas funcionales, responsables de sí mismas, conscientes de sus necesidades y las del otro, en las dos acepciones del término: como contexto natural y original y como el ambiente más fundamental y definitorio. En ese sentido, tres son las dimensiones de la educación, parafraseando a Tuvilla (2004), que no deben ignorarse: el discurso y construcción de los valores que guían y se encarnan en las prácticas del hogar, al servicio de los valores y de la sociedad, sirviendo de instrumento de transformación para alcanzar un mundo mejor.

Partiendo de los anteriores presupuestos, las implicaciones sobre las bases para la paz presupone en primer lugar, requisitos mínimos que debieran satisfacer aquellas políticas que adopten la promoción de la misma desde una perspectiva holística y los enfoques adoptados en los programas nacionales e internacionales, partiendo del hecho que el rol de la familia no debe delegarse a otros actores e instituciones; quedando grande a las domesticas, a parientes cercanos, al estado o a cualquier centro educativo la responsabilidad que ocupa el hogar en la formación del ser humano para crear lazos de paz.

Lo cual es así, porque como dice Banda  (1998): “Una persona no puede vivir ni crecer sino dentro de sus contextos de crecimiento que son los laboratorios naturales de aprendizaje” (p. 22).  Es el hogar ese laboratorio natural en el que los seres humanos pueden ser formados para la vida, la convivencia – tolerancia, el ejercicio ciudadano, la responsabilidad, la disciplina para el trabajo, la vida productiva, el respeto por el otro, el amor por su nación, etc.

El hogar representa el contexto primario donde las personas aprenden a ser efectivos; donde los futuros ciudadanos aprenden las competencias comunicacionales, perceptivas, cognitivas, emocionales, conductuales y organizacionales que los hacen productivos, exitosos y comprometidos. Es también en el hogar donde se aprenden los procesos esenciales para el desarrollo y el crecimiento como individuo y de la vida relacional. Esto es así porque la familia aporta más que instrucción; la familia aporta formación y educación; edifica valores fundamentales y forma el carácter de los individuos.

Así que educar para formar el carácter, es necesario para el manejo de la conducta, lo cual para Tuvilla (2004) implica cumplir cuatro metas, que son: 1) Instruir el entendimiento, 2) corregir el temperamento, 3) formar las maneras y hábitos de los niños, y 4) formarlos para ser útiles en situaciones futuras, siendo esta, tarea de la familia, porque nadie mejor que ella para asumir ese proceso de formación, modelando la personalidad del individuo, en razón a que en el núcleo familiar es donde se aprenden las definiciones personales, la forma de contactar con otros, el manejo de las diferencias, las actitudes y comportamientos de efectividad y los mapas de éxito.

Los padres necesitan, entonces, conseguir el tiempo para educar – formar y entrenar personalmente a sus hijos, de lo contrario, es difícil garantizar el respeto y la honra a otros, la convivencia pacífica y la valoración de la familia como institución fundamental para el desarrollo saludable de una nación; así como las competencias básicas para el éxito personal, laboral y familiar, tales como lo es el manejo de conflictos y negociar, la habilidad para reconocer y manejar diferencias, definir y respetar limites en las relaciones, lo cual implica hacer ejercicio de la paz.

Tales capacidades son las básicas de una cultura de la paz, debiendo ser aplicadas en todos los ámbitos y escalas de la sociedad: en la familia, en la empresa, en la política y también a nivel local y a nivel internacional, pero si no están concatenadas con las bases de la educación doméstica, se hace complejo para el ámbito escolar el lograr tal cometido, o si por negligencia u omisión la familia no asume su rol como formador – educador de sus hijos, alguien más lo va a hacer, a decir el estado, los medios de comunicación, los vecinos, o cualquier otro; pero seguramente sin considerar los mejores intereses de los hijos, ni con el cuidado con que sólo esta puede hacerlo.

Haciendo hincapié en lo antes mencionado, es necesario afianzar la cultura de la paz en los espacios domésticos, pues restarle importancia, es dejar una puerta abierta para que la cultura de la violencia, desvié el interés supremo de la sana convivencia, como modelo a trazar para el bienestar en sociedad  hacia el desarrollo sostenible del futuro. Tomando en cuenta que  la educación también tiene la función transformadora y por ello necesita educar para  la paz. Así que desde una visión sistémica la construcción de la cultura de la paz podría ser un referente para cimentar la justicia, libertad, democracia, tolerancia y desarrollo.

No puede obviarse que en la raíz de la violencia están las desigualdades económicas y la pobreza, el bloqueo de las posibilidades de desarrollo, las discriminaciones por razón de sexo, cultura o color de piel y otras, además que la solución de estos problemas sociales y económicos a todas las escalas son prioritarias para que se pueda eliminar la violencia y construir la paz.

De allí que insiste Fernando (1994) hacer a un lado la tarea de educar y formar a los hijos no deba ser delegada al estado, los medios de comunicación, ni a ninguna otra institución, porque lo que se está planteado es la formación del carácter de las personas, sus valores, las normas y reglas básicas para funcionar como ciudadano y como familia, y su sentido de propósito y significado, de tal como que la construcción de una cultura de la paz, es un proceso lento que supone un cambio de mentalidad individual y colectiva. En este intercambio, la familia con el estado puede constituirse un bastión para lograr que la educación que se produce en las aulas tenga incidencia en la construcción de los valores de los que serán futuros ciudadanos y esto permite una evolución del pensamiento social.

Por otra parte, los cambios evolutivos, aunque lentos, son los que tienen un carácter más irreversible y en este sentido la escuela ayuda con la construcción de nuevas formas de pensar, pero la educación formal no es suficiente para que estos cambios se den en profundidad. La sociedad, desde los diferentes ámbitos implicados y desde su capacidad educadora, también puede incidir, apoyando los proyectos y programas educativos formales para que se genere un proceso de reflexión sobre cómo se puede lograr la construcción de la cultura de la paz desde la familia, con el acompañamiento de los medios de comunicación u otras instancias de alta responsabilidad en dicho proceso.

En todo caso, se trata de generar una conciencia colectiva sobre la necesidad de una cultura de la paz enraizada en la sociedad con tanta fuerza que no deje lugar a la violencia. Y se trata de que la familia se involucre de manera directa, tomando conciencia que la cultura de paz se promueve desde el hogar. Y por otro lado, que convierta esta conciencia en una nueva cultura para eliminar la violencia escolar, reconociendo que los padres necesitan involucrarse más afondo en este proceso, tanto en el hogar como en la escuela. Siendo anti ecológico y violatorio de las leyes naturales propias del desarrollo y aprendizaje del ser humano, delegar la educación de éste (carácter, valores, ética, etc.) en otras instancias diferentes a la familia.

También es anti ecológico (contra natura) que alguna institución como el Estado, se abogue el derecho de educar a los hijos de una nación en lugar de sus padres, en razón a que la educación doméstica es el espacio que compete a la familia, constituyéndose esta en la institución principal para la capacitación de las futuras generaciones, para formar la conciencia de los futuros ciudadanos de una república, como lo afirma Savater (1997) el hogar es la primera de las escuelas y el mejor aula para la enseñanza, allá el corazón cooperará con la mente, los afectos con los poderes de la reflexión.

En atención a ello el citado autor agrega que la fuerza de una nación, especialmente una nación republicana, radica en la inteligencia y el orden de los hogares de un pueblo, existiendo pues, una relación directamente proporcional entre la calidad de gestión y el compromiso de los gobernantes de turno con principios morales, con la educación recibida en el hogar y su vínculo con la cultura de paz. Abarcando además de la formación del carácter, valores y actitudes, una participación protagónica en el proceso de instrucción y aprendizaje para lograr una formación que le posibilite a sus hijos un desempeño eficaz en un oficio (aspectos académicos y vocacionales de sus hijos).

Aun cuando la escuela juega un rol estelar en este sentido, los padres necesitan involucrarse a fondo en el proceso, refiriendo Barroso (2006) que los padres venezolanos tienen que involucrarse mucho más a fondo en la educación de sus hijos, destacando que la participación que se tiene en la actualidad es muy pobre y limitada, y ello ha descuidado lo esencial que es cuidar lo que llega al niño o joven, atento a que el proceso de formación sea adecuado, que no sea descuidada su integridad física o moral, incurso el acoso escolar, la violencia u otra caracterización que desvíe la conducta. Es en este marco donde la educación para la paz debe asentarse en una base sólida y realista, que no se tome como utopía, pero que se apoye en la realidad.

Y precisamente la realidad muestra a unos padres de familia con cierta ausencia de sus hogares, haciendo de una escuela un depositario de sus hijos y luego a otra ruta de destino, como son los espacios donde se dictan tareas dirigidas, sin tener la certeza de que van a recibir la educación fundamentada en valores como la paz, siendo indudable reconocer que cualquier intento de educación, si no tiene un buen fundamento en la realidad será poco efectiva, y en el caso de la educación para la paz es necesario partir de ella para comprenderla y poder transformarla, evitando dos tendencias que suelen aparecer cuando intentan establecer los principios básicos.

Una tendencia es desanimarse o abandonar antes de empezar a postular que sólo habrá paz, cuando se haya producido una conciencia universal y se haya renunciado a la violencia. En todo caso, éste sería un objetivo final en el marco de la utopía, difícil de conseguir, puesto que siempre habrá personas, grupos o países gobernados por la violencia. Sostiene Guevara (2007) que no se trata de conseguir a ultranza la homogeneidad o la unanimidad, sino de crear una conciencia mayoritaria en favor de la paz. En realidad las guerras no se hacen por unanimidad, ni incluso en las que tienen más implicación internacional.

Dado la complejidad de dicho entorno, cargado de problemas económicos, sociales y políticos, la familia necesita subir el nivel de respuesta a las demandas que el entorno impone, para así proveer una educación que, por una parte, prepare a las personas para enfrentar estas realidades; y por la otra, preserve la continuidad de los sistemas democráticos; sistemas justos, que generen cultura de honra; sistemas de progreso; que forme ciudadanos bajo principios de convivencia, honra y respeto, pese a que la familia, en general, no está subiendo el nivel de respuesta que se requiere para asumir esta responsabilidad, debido entre otras razones a que la familia está en crisis y en estado de deterioro como institución.

Por otra parte, hechos sociales como el divorcio, el abandono, la violencia doméstica y otros, se han convertido en algo común para la desestabilización del escenario escolar y su entorno, además del grado de disfuncionalidad familiar, que es bastante común y donde los distintos actores de la educación tienen la gran tarea de conectarse a esta realidad para servir de puente con estas familias en la orientación y formación permanente que precisan para abonar a la educación doméstica una cultura de paz, cuando se conoce de altas tendencias de violencia escolar. Un elemento a favor, que puede aprovecharse es que en otros escenarios educativos se produce algún tipo de participación de los padres y representantes en las actividades de la escuela, centradas en tareas de apoyo logístico o financiero.

Sin embargo la participación – como padres y representantes – debe extenderse a los aspectos pedagógicos de la escuela, estando informados sobre los contenidos, programas y prácticas de enseñanza; conocer las metodologías que utilizan los maestros y profesores, involucrarse en la organización interna de la escuela con el propósito fundamental de crear vínculos de una sociedad sana, que se nutre de su gente, que se desarrolla y vive en armonía.

Por ello, educar para la paz supone enseñar y aprender a resolver los conflictos y aun cuando no hay soluciones mágicas, hay que buscar mecanismos para resolver los conflictos de forma diferente y que forma parte de la cultura de la paz, considerando los mecanismos de control y autocontrol de la agresividad, aunada a estrategias y técnicas didácticas para educar en el aula, con vinculación permanente de la educación doméstica a la escuela.

Consideraciones Finales

La paz es una tentativa largamente tejida a lo largo de la historia, a través de cuyos hilos se han conformado modos de organizarse, inspirados en el derecho sagrado de vivir juntos, asumiendo en conjunto valores, actitudes, comportamientos, tradiciones, estilos de vida, lo cual implica relacionarse en armonía para lograrlo, constituyendo para ello una cultura de paz. De allí que formar personas que miren el mundo con conciencia crítica, capaces de participar de forma activa, responsable y consciente en la sociedad, manifiesto en verdaderos agentes sociales de cambio, obliga a una Educación para la paz dentro de la formación básica de los primeros años de vida del sujeto.

En sí, educar para la paz es una forma particular de educar en valores y ello implica un acto consciente para transmitir una escala de valores, lo que supone ayudar a construir unos valores y actitudes, tales como la justicia, libertad, cooperación, respeto, solidaridad, la actitud crítica, el compromiso, la autonomía, el dialogo, la participación. Al mismo tiempo, se cuestionan los valores que son contrarios a la paz como la discriminación, la intolerancia, la violencia, el etnocentrismo, la indiferencia, el conformismo.

Así, la construcción de una cultura de la paz fundamentada en los valores mencionados, se crece desde el hogar con una educación doméstica o familiar que se asume como un compromiso social con el apoyo de políticas educativas e intervenciones que los refuercen. Es decir que la paz es una educación desde y para la acción, ya que no se trata de educar para inhibir la iniciativa y el interés, sino para encauzar la actividad y el espíritu combativo hacia la consecución de resultados útiles a la sociedad. Se trata en todo caso de participar en la construcción de la paz.

Un camino o vía a seguir puede ser la intervención educativa, concebida dentro del método investigación acción participante, enfocada en el compromiso de los diferentes ámbitos de influencia (familia, escuela, medios de comunicación, movimientos asociativos y otros), a los fines de:

  • Proporcionar situaciones que favorezcan la autoestima como base importante de las relaciones personales y sociales.
  • Proporcionar situaciones que favorezcan la comunicación y convivencia con el interior y el exterior de los contextos.
  • Participar en celebraciones y actos relacionados con la paz y solidaridad.
  • Crear climas democráticos en las aulas, centros y otros contextos de relación.
  • Fomentar la reflexión, el intercambio de opiniones y la argumentación como defensa.
  • Fomentar la comprensión de los puntos de vista de los compañeros.
  • Consensuar y difundir las normas de convivencia.
  • Fomentar el trabajo en grupo y los proyectos colectivos.
  • Utilizar técnicas de reflexión y desarrollo moral, tales como: debates sobre experiencias, clarificación de valores, discusión de dilemas, resolución de conflictos, dramatizaciones, juegos de simulación y otros.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Barroso, M. (2006). Ser Familia. Editorial Galac.

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Constitución de la República Bolivariana de Venezuela [CRBV]. 30 de diciembre de 1999. Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela N° 36860.

Fernando, A. (1994). Educando para la Paz: nuevas propuestas. Seminario de Estudios sobre la paz y los conflictos. Universidad de Granada.
Guevara, B. (2007). ¿Para qué educar en valores? Revista Educación en valores, 1 (7), 96-106.

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Sai Baba (2015). Valores Humanos y Educación. Discursos Sai Kulwant Hall – Prasanthi Nilayam.

Salvador, G. (2011). Educación doméstica e incivilidad escolar. Editorial GITE-UA Pedagogía.

Savater, F. (1997) El valor de educar (1º ed.). Editorial Ariel.

Tuvilla, J. (2004). Cultura de Paz. Fundamentos y claves educativas. Editorial Descleé De Brouwer.

Vallejos, Ramón Mínguez. (2014). Ética de la vida familiar y transmisión de Valores Morales. Revista de Educación (363), 210–29.

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