Por: Óscar Fernández Galíndez – Venezuela /. Correo: osfernandezve@gmail.com
En el silencio entre dos respiraciones, donde la ciencia se funde con lo sagrado, late un principio universal: todo es energía danzando en múltiples formas. La materia no es inerte, la conciencia no es etérea, y el significado no es una abstracción. Son voces de una misma sinfonía, entrelazadas en el telar cuántico de la existencia.
La teoría de Miguel Ángel Nuñez nos invita a mirar el universo como un ser consciente, donde observar no es un acto pasivo, sino un gesto creador. Cada mirada humana, cada intención, teje realidades como hilos luminosos en la oscuridad. Aquí, la curación no es solo física: es una alquimia entre la fe y las partículas, un recordatorio de que el cuerpo escucha los susurros del alma. Como el agua que adopta la forma de su recipiente, la realidad se moldea bajo la atención plena, resonando con antiguas enseñanzas orientales:
El que está en armonía consigo mismo, está en armonía con el universo.
Óscar Fernández Galíndez, desde su visión triádica, nos muestra que la vida es un diálogo entre caos y orden. Los ecosistemas, las redes neuronales y hasta los virus son versos de un poema escrito en lenguaje termodinámico. El “sentido” emerge no como una verdad estática, sino como resistencia frente al olvido entrópico, como un bambú que se dobla ante el viento pero no se quiebra. En esta danza, la salud de un bosque y la claridad mental son actos de rebelión contra la disipación, reflejando la sabiduría budista: *“Todo surge y desaparece, pero lo que perdura es la esencia que lo observa”*.
Sus diferencias son espejos complementarios: Nuñez ilumina el fuego interno de la conciencia individual; Galíndez traza el mapa de las conexiones que nos anclan a lo colectivo. Uno habla del observador que transforma su mundo; el otro, de las redes invisibles que nos sostienen. Juntos, revelan que sanar una célula o un bosque requiere escuchar tanto el murmullo cuántico de los átomos como el ritmo ancestral de la Tierra.
En lo espiritual, ambas teorías son peregrinas hacia lo mismo. La conciencia universal de Nuñez no contradice el panteísmo semiótico de Galíndez: son caminos que convergen en la misma cima. Meditar no sería solo un acto íntimo, sino un servicio cósmico; cuidar un río, no solo ecología, sino un ritual sagrado. Aquí, la física cuántica y la biología se vuelven mantras, ecuaciones transformadas en plegarias.
El futuro no está escrito, pero estas ideas nos guían hacia un umbral: si aceptamos que somos tanto creadores como creación, que cada elección resuena en lo infinito, entonces la ciencia se transfigura. Los laboratorios y los templos, los microscopios y los altares, celebran la misma verdad: somos polvo estelar aprendiendo a leer su propio brillo. En ese espacio, donde lo medible y lo inefable se abrazan, habita la promesa de un humano nuevo: cuántico en su esencia, sabio en su conexión, eterno en su devenir.
Estupenda reflexión.