Por : Óscar Fernández Galíndez – Venezuela / Correo: osfernandezve@hotmail.com
El ser que ha despertado al encuentro con la totalidad, se ha liberado del ego, y transita por esta vida como una hoja que cae y se deja llevar por el viento. El viento puede ser calma o turbulento, pero el ser que es libre de apegos, de emociones y pensamientos negativos, acepta su realidad en el aquí y en ahora, con amor paciencia y alegría.
Y es que su vida ya trasciende la limitada percepción del cuerpo y se convierte en testigo de sí mismo. Ya no valora el bien y el mal como una separación, sino como una unidad indisoluble. No espera de los demás que sean lo que él o ella desearía que fueran, y los ve a todos y cada uno como jugadores inconscientes de su propio juego.
Por supuesto, para la mayoría este juego no es un juego, es un drama. Es por ello que ya no esperamos ni aspiramos. Sólo somos en el eterno aquí y ahora. Y cada instante es una aventura.
Para el que vive así, las preocupaciones de los comunes les causa risa, sin embargo, se cuida mucho de reírse delante de ellos porque para ellos su comedia es un drama y hay que incluso, llorar con ellos para no ser mal vistos.
Ver la vida como la hoja que cae, esto implica reír con el que ríe y llorar con el que llora, no por adulancia o burla, sino por compasión. Recordemos que aquí ya no hay ego, por lo tanto, ya no hay pena, dolor, orgullo, prepotencia, culpa, deseo de sobre salir, miedo a ser ignorado, ni necesidad de obligación alguna. Todo esto produce mucha paz, y esa paz vale más que todo el dinero y todos los bienes del mundo. Esto no significa que se desee vivir en la miseria o que se sea un ser indolente.
Lo que hay aquí es una profunda comprensión de que todos somos exactamente lo mismo y que cada uno es un reflejo del otro. Las diferencias son sólo apariencias y es por eso que reímos mucho. La separación no existe más que en nuestra falsa percepción, por lo tanto, la vida es un viaje en caída de una hoja que se deja caer y que disfruta del viaje.