Por: Carmen Loopart – Chile / Correo: danialbornoz.lopez@hotmail.com

Cualquiera diría que nací desgraciado. Un perro sin pedigrí, de la calle y viviendo en un mundo donde solo parecía importar la vida de las personas. Mi madre mestiza con casi imperceptibles rasgos de pastor alemán y mi padre derechamente un quiltro.

Apenas pude buscar alimento por cuenta propia, decidí separarme de mi familia de cuna. Fue ahí donde comencé a recorrer la cuidad al derecho y al revés.

Por un largo tiempo viví en un lugar bello y tranquilo. Un sitio eriazo, con muchos árboles y cubierto por una alfombra verde de pasto, con unos seis mil metros cuadrados aproximadamente de extensión. Mi improvisado habitáculo lo construí con cartón y lo revestí con hojas sueltas de un libro viejo que encontré en un basurero. Sigmund Freud, “El padre del psicoanálisis” fue el autor de aquellos escritos. Todas las noches leía una que otra página de aquel libro. Allí también me hice un buen amigo. Treile, el ave más chismoso y escandaloso que conocí.

Durante el día deambulaba por la ciudad para conseguir comida. Mi rutina siempre era la misma. Por las mañanas, me gustaba vaciar basureros. A la hora de almuerzo, me ubicaba afuera de una pizzería para comerme las sobras que los clientes dejaban. Y por las tardes, iba a los parques a perseguir parejas que, observaba haciendo picnic, disfrutando de su primera etapa del enamoramiento. Según los escritos de Freud, si se encontraban en el estado mental de limerencia, solo debía hacerme el simpático, ya que los humanos al estar embobados de amor, se volvían generosos. Y, ¡funcionaba!

Una vez ganado el día, regresaba a mi hogar. A veces, llevaba pedazos de pizza para compartir con treile. Con él conversaba todas las noches. Sabía todos los chismes de alrededor.

Una mañana, como a las ocho y media, escuché a treile que gritaba y gritaba junto a otros pájaros. De inmediato paré la oreja y vi de lejos a tres tipos con casco blanco mirando y midiendo el terreno. Eso me pareció muy extraño. Cada vez que veía a un humano con casco blanco merodeando algún sitio, al tiempo después mágicamente ese lugar, se convertía en hormigón. Estuve observando cada movimiento de aquellos hombres, hasta que se marcharon.

Tal como debí imaginar. Al pasar unas horas, llegó treile a contarme todo lo que había averiguado. El dueño del terreno (que creíamos abandonado) vendió a una inmobiliaria, y una constructora o, mejor dicho, destructora estaba por llegar allí.

Treile se veía nervioso. Yo no podía calmarlo porque sabía muy bien como era el actuar humano. Freud lo dijo, “el principal interés del hombre era la satisfacción completa de su yo” por lo que, si había que construir en aquel lugar, los pájaros, las aves, los árboles, los esteros y las tierras, pasarían a segundo plano, porque lo único importante era la satisfacción humana.

Después de una semana comenzaron a llegar excavadoras y hombres con motosierra. Había que despejar el terreno y los árboles fueron los primeros caídos. Junto a ellos el hogar de treile. Se tuvo que ir, al igual que el resto de animales que habitaban en el sector. No lo volví a ver nunca más.

Yo también tuve que salir de ahí. Una mañana desarmé mi refugio, empaqué todas las páginas del libro de Freud y me fui. Me instalé en un nuevo lugar. Era libre, podía vivir donde yo quisiera. Así que decidí mudarme cerca de un lago. Ahí me hice otro amigo, pato, le gustaba nadar.

Yo era un perro muy estructurado. Apenas me instalé, armé mi refugio con cartón y las hojas del libro. La rutina continuaba siendo la misma: basurero – pizzería – parque.

Cuando llegaba temprano al refugio, me quedaba observando a pato y su familia que tanto les gustaba nadar. Agua azul y sauces verdes adornaban el entorno, se veía maravilloso. Hasta que una tarde, justo a la orilla del lago, me di cuenta de la existencia de un tubo que, a ratos descargaba un líquido de olor y color extraño.

Pasaron los días y pato enfermó gravemente. Sin energía y sin tolerar bocado. Así estuvo varias semanas. Hasta que una noche, murió. También se enfermaron los otros patos que nadaban en la zona de descarga de ese extraño líquido. Me pareció todo muy sospechoso, así que me puse a recorrer el tubo olfateando y escarbando la conexión, y descubrí que ese líquido provenía de una empresa sanitaria que eliminaba sus desechos directamente al lago. Pato murió por culpa de la contaminación y su familia estaba en peligro. De inmediato les fui a decir que debían irse de ahí. Yo también me fui.

Pasaron los años. De tanto recorrer decidí quedarme a vivir en plena ciudad. Ya no estaba en condiciones de salud para tanto trajín, me sentía viejo y cansado. Ahí conocí un nuevo amigo. Era un humano, de la calle como yo. Dormíamos juntos calentitos y compartíamos comida. Él era alcohólico. Siempre lloraba y lamentaba su vida. Yo lo observaba y trataba de entender su comportamiento asociando un poco con lo que leí del libro de Freud. El alcohol era una especie de, “quitapenas” porque solo así podía escapar del peso de la realidad. No era fácil ser humano. Parecía un patrón de conducta reiterativo en ellos, destruir y autodestruirse. Se lo pasaba bebiendo y del más barato.

Tenía conciencia que ya estaba en mis últimos años de vida de perro. Con trece años de edad, conocí y recorrí lo suficiente, por ese motivo quise dejar este escrito, para que algún día “alguien” supiera de mis vivencias y opiniones.

La ciudad me tenía enfermo. El monóxido de carbono, la violencia, el humo del cigarrillo, el ruido y el exceso de hormigón en las calles, eran algunas de las cosas que más odiaba. A mi alrededor ya no quedaban árboles ni alfombras de pasto verde. Tampoco pajaritos cantando, ni agua limpia para beber. Solo existía una ciudad gris, bocinazos, mucho humo y humanos tristes y enfermos. A toda esa calamidad, las personas le llamaban: desarrollo social, económico y cultural. Pues yo, un perro de la calle, lo resumía en solo tres palabras: egoísmo, avaricia y abuso de poder, todo aquello disfrazado por el humano, con el nombre de progreso, satisfaciendo sin culpa y sin responsabilidad su propio YO, sin importar nada más.

Los invito a visitar mi red social Instagram @carmen_loopart

Fuentes

Alós, D. (01 de agosto 2022), “La teoría de la personalidad de Sigmund Freud”. Venezuela. Disponible en: https://lamenteesmaravillosa.com/la-teoria-la-personalidad-sigmund-freud/

Fotografía: <a href=”https://www.freepik.es/foto-gratis/perro-callejero-flaco-pie-campo-hierba-dia_9991103.htm#query=perro%20callejero&position=4&from_view=search&track=sph”>Imagen de wirestock</a> en Freepik

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Jesús villarroel

excelente contenido, contundente y profundo, sigue así, disfruto mucho tus textos, felicidades por lo que estás desarrollando, un saludo

Carla

Una realidad muy triste, por eso hay que adquirir artículos como este que dan a entender lo que esta pasando en todo el mundo desde otra perspectiva, como la de los animales. Muy buen texto, mucho éxito dani!

Carmen Loopart

Gracias Carla por leerme y tomar como ejemplo este artículo para la concientizar sobre la vida animal y el medio ambiente.

¡Un abrazo!

Carmen Loopart

Gracias por tus bellas palabras.

¡Saludos!

Natalia Ramírez

Un texto que se asemeja bastante a la realidad, como humanos muchas veces llegamos a invadir territorios donde antes ya ahí habitantes, habitantes con 4 patas o bien con 2 patas y alas, nosotros como humanos no dimensiones el nivel de daño que podemos causar, este texto no solo refleja la realidad entre un humano y un animal, sino que también profundiza que alguien superior puede llegar a cambiar nuestro habitad, nuestro entorno, nuestro hogar…la pregunta sería qué pasa si alguien superior a nosotros llega a invadir nuestra humanidad? Nos daremos cuenta del abuso de poder que ocasionamos muchas veces?
Excelente texto! Con una profundidad que deja analizando nuestra realidad, saludos