Por: Óscar Fernández Galíndez – Venezuela / Correo: osfernandezve@hotmail.com
Existen personas que de forma consciente o inconsciente, son provocadores. Son muy hábiles usando expresiones o cuestionándonos y nos remueven nuestras emociones y pensamientos poniéndonos a prueba. Recuerdo cuando conocí al ya desaparecido maestro Rigoberto Lanz. Fui llevado por uno de sus discípulos quien en ese entonces me sirvió de introductor en el terreno de las ciencias sociales, a través de un evento de investigadores, y allí como oyente joven de unos veinte años, no sabía qué hacer.
Me dijeron que podía oír pero no participar del encuentro. Escuché como se insultaban y cómo el profesor Rigoberto dirigía los debates. En una de esa, alguien nombró la expresión burro mayor, y todos voltearon a ver a Rigoberto. Yo no sé la razón por la cual hablaban así, usando términos casi incomprensibles. Luego de la actividad y tomando unas cervezas, Rigoberto hablando comprensiblemente, y le dije:
-Rigoberto, ahora sí te entiendo, y él muerto de risa me dijo que ese era el ejercicio de la intelectualidad.
Allí me atreví a preguntarle si en eso de la posmodernidad ¿valía todo? Y jocosamente respondió:- – bueno, casi todo.
El juego de la intelectualidad, es un ejercicio mental hecho por niños que juegan a ser adultos, y del cual su mayor recurso es el discurso argumentativo. Al final, uno de estos aparentemente serios debates, aparece uno de ellos y grita:
-Bueno yo he escrito 28 libros, ¿cuántos has escrito tú?
Les pregunto amigos lectores, ¿No se les parece este argumento al mismo de aquel niño que se molesta con otro y se lleva el balón porque simplemente él es el dueño? ¿Que representa para nosotros, el discurso argumentativo más allá de un juego de lógica y retórica?
La verdad puede que esté allí pero pasará lo mismo que con el derecho, no porque se ejerza el derecho, significa que allí esté la justicia. El ejercicio lógico es también un hecho profundamente seductor. No faltará aquel o aquella que aún a sabiendo que el discurso está lleno de falacias, termine aplaudiendo y celebrando el arte de convencer.
En las ciencias sociales y en la filosofía prevalece el discurso argumentativo apoyado en aquellos seres que según los locutores, son los poseedores de la verdad. En el discurso de las ciencias experimentales vemos al experimento y sus resultados como la constatación de dicha elocución.
Sin embargo, las palabras pueden ser trucadas y los experimentos falseados. Fíjense lo que ocurre con algunos trabajos académicos cómo las tesis que pueden ser falseados. Hay dos caminos, el de la certeza que consiste en la voz del corazón, la intuición y el de la incerteza del ensayo y el error.
El primero, si se sabe usar conduce a resultados certeros e inmediatos pero sin explicaciones. A menos que se busquen luego de llegada la intuición. Y el segundo, aunque con explicaciones, por lo general no conduce de forma directa a la certeza.
Esos dos caminos si los unimos, es decir, sí ponemos a trabajar coordinadamente a ambos hemisferios cerebrales, colocaríamos primero el hemisferio cerebral derecho a través de la percepción intuitiva, y luego de recibida, usaríamos al hemisferio cerebral izquierdo para generar una explicación.
Así pues iríamos hacia la construcción de una intuición razonada o una razón intuitiva, pues ambas expresiones hablarían el trabajo en sincronía de ambos hemisferios cerebrales. Desde esta perspectiva ya no habría provocación posible, pues sería la voz del corazón quién nos guía y no la voluntad del ego.