Por:  Alejandra Herrera – Chile / Correo: aleescritorafeminista@gmail.com/ Instagram @ale__escritora

Leer el cuerpo femenino en clave de territorio nunca dejará de tener sentido. En él se plasman las luchas, las angustias y las resistencias. Nos señala el borde entre dos espacios; el interior y el exterior. El primero, registra las experiencias a nivel psíquico y emocional. Las alojas, traduciéndolas en significados anclados a nuestra historia. El segundo, permite concretar el cuerpo, volviéndolo como un lugar físico, mapeado por sucesos públicos y privados que van guiándolo. Así como un territorio es gobernado, nuestro cuerpo también. Y una de las estrategias preferidas es la “virginidad”.

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS 2018), la virginidad no es un término médico o científico, sino un concepto social, cultural y religioso, que “refleja la discriminación de género”. La expectativa social de que las mujeres deban seguir siendo “vírgenes” está basada en estereotipos que restringen la sexualidad femenina al matrimonio. Claramente una forma de control más, sobre nuestra sexualidad.

¿Por qué socialmente se considera tan importante la virginidad femenina?

Histórica y culturalmente para muchas mujeres, mantenerse vírgenes ha significado con demasiada frecuencia su posibilidad de matrimonio y, cuando no es posible la independencia económica y emocional, su manutención y la de sus hijos. Es decir, mientras la virginidad se considere una moneda de cambio para la sobrevivencia material o social de las mujeres –a través de la conyugalidad- estaremos en permanente riesgo y seguiremos sin poder ejercer el derecho sobre nuestros deseos y placeres.

Lamentablemente la virginidad en muchos lugares del mundo, continúa siendo el símbolo que determina la valía de las mujeres. Como territorios por habitar, muchos hombres validan su masculinidad sabiendo que fueron “los primeros” en habitarlos. Este acto de apropiación, les confiere poder y control sobre sus parejas, posicionándose como amos y señores de cada espacio corporal, bridándoles un prestigio social por la adquisición de un cuerpo inmaculado, que no ha sido antecedido por otro hombre.

Una discriminación de género

Bajo esta perspectiva, la mujer que ha iniciado su vida sexual antes del matrimonio, lleva impresa simbólicamente una mancha, un deshonor, que la sitúa desde la mirada hegemónica patriarcal en una categoría inferior, una de “no-respetable”. Nuevamente el disfrute, el goce y la libertad sexual que no responde a lo establecido para nosotras es castigado y relegado al espacio de lo indebido.

Al contrario de nosotras, el hombre adquiere prestigio y masculinidad en proporción a la cantidad de encuentros sexuales que registre, encuentros que por cierto los realiza con mujeres “no respetables”. En el imaginario se establece que esta experiencia sexual previa al matrimonio, lo dota de conocimientos necesarios para instruirnos, representando en este acto la jerarquía y relación de poder hacia nosotras, convirtiéndonos en sujetas pasivas, obedientes y complacientes de sus deseos.

¿Primera vez con amor?

Otro punto fundamental en este constructo social llamado “virginidad”, es el romanticismo e idealización con el que está revestido. Princesas rescatadas por un príncipe azul, con la promesa del amor eterno. Nada más distante de la realidad. Muchas veces al momento de nuestro primer encuentro sexual, cargamos con mandatos sociales que moldean la experiencia. Creo que el más coercitivo es el que indica que “hay que hacerlo por amor”.

De esta manera condicionamos que la sexualidad siempre deberá estar alineada con el amor, lo que nos hace en ocasiones censurar y recortar el deseo sexual en la ausencia de sentimientos. Importante señalar que al igual que el “instinto maternal” el obligarnos a creer que sexo y amor deben ir juntos es otra forma en la que nuestro placer, se convierte en un proceso controlado por instituciones sociales y patriarcales y no por el criterio autónomo de nosotras.

Es necesario ir despojando la “primera vez” de estereotipos románticos que solo promueven el control de nuestras decisiones sexuales, supeditándonos a los mandatos patriarcales respecto al cómo, cuándo y con quién debemos iniciarnos. Aquí lo fundamental es ser fiel a nuestras necesidades y convicciones. Escucharnos e intentar actuar en concordancia con nuestro deseo.

En lugar de normar y/o castigar el placer femenino se debería cumplir con el derecho a una Educación Sexual Integral (ESI) que nos permita tomar decisiones libres e informadas. No tenemos la obligación de “guardarnos” para nadie. Solo debemos entregarnos a nosotras.

Soy Alejandra Herrera, Feminista y escritora. Psicopedagoga, Magíster en Neurociencias aplicadas a la Educación, Diplomada en Estudios de Género mención Políticas Publicas y Educación. Autora del libro “Apto para Señoritas”. Te invito a conocer más acerca de mi trabajo en mi cuenta de Instagram @ale__escritora o mediante mi correo: aleescritorafeminista@gmail.com .

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