Por: Óscar Fernández Galíndez – Venezuela / Correo: osfernandezve@gmail.com
Los patrones son conscientes o inconscientes. A través de los primeros, medimos, pesamos y calculamos (hemisferio cerebral izquierdo); mediante los segundos, intuimos (hemisferio derecho).
Todo contiene patrones. Si no fuera así, ¿qué serían la teoría del caos y la teoría de las catástrofes, sino formas de predecir lo aparentemente impredecible? Sin embargo, los patrones mutan. Cuando su transformación supera la capacidad humana para identificarlos y aprovecharlos, entonces decimos que no existen.
¿Qué ocurrió, por ejemplo, con los bioindicadores que nuestros ancestros usaban para anticipar ciclos agrícolas? El cambio climático alteró esos patrones, volviéndolos obsoletos. Aquí emerge una paradoja: el humano que se cree consciente de sí mismo y de su entorno perturba los patrones al buscar controlarlo todo. En cambio, quien reconoce su inconsciencia no forcejea por dominar la naturaleza.
Para el común de las personas, “ser consciente” equivale a estar informado. Para quienes trascienden esa lógica, el exceso de información puede ser un obstáculo. La sabiduría no nace de acumular datos, sino de intuir patrones naturales y artificiales.
Los procesos semióticos —intercambio, asociación y transformación de signos— también generan patrones. Estos nos ayudan a tomar decisiones acertadas en un mundo de cambio perpetuo. La clave está en identificar ritmos, períodos y frecuencias, tal como hace la ecología con los ciclos naturales o la fisiología con los organismos.
La biosemiótica, impulsada por Jesper Hoffmeyer en obras como Signos de significado en el universo (1996), propone que la unidad básica de la vida no es la célula, sino el signo. Según Hoffmeyer, la semiosis (procesos de interpretación de signos) precede a la organización biológica. Desde el código genético hasta la comunicación entre especies, la creación de significado define lo vivo. Marcello Barbieri (con sus “códigos orgánicos”) y Kalevi Kull han ampliado esta visión, pero Hoffmeyer destaca al plantear el signo como fundamento vital.
Si la ciencia busca patrones para explicar y predecir, la biosemiótica es esencial para construir una ciencia de la vida coherente, estable en su dinamismo. Esto requiere integrar el conocimiento campesino —ancestral y práctico— con la experticia científica, fomentando un diálogo interhemisférico cerebral. Solo así lograremos coherencia entre lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos. Esta armonía es la base para prácticas individuales y colectivas exitosas.
En conclusión, la semiosis de los patrones revela que la vida es un tejido de significados en constante transformación. Frente a la ilusión de control —producto de una conciencia fragmentada—, la sabiduría emerge al reconocer que los patrones no son estáticos: se reconfiguran con el clima, las especies y hasta con nuestra percepción.
La biosemiótica nos invita a trascender la dicotomía entre mente y naturaleza, proponiendo que todo sistema vivo se sostiene en diálogos de signos. El desafío actual no es acumular información, sino cultivar una conciencia integral —donde la razón y la intuición colaboren— para navegar el caos con discernimiento. Así, la ciencia con consciencia no será un mero instrumento de predicción, sino un puente hacia la coherencia entre humanidad y cosmos.