Por: Nina Padme Eufracio Rojas / Departamento de Químico en Fármacos. Centro de Enseñanza Técnica Industrial Plantel Colomos. C. Nueva Escocia 1885, 44630 Guadalajara, Jal. Correo : neufraciorojas@gmail.com / Instagram:@ninapadme
La capsaicina, responsable del ardiente picor de los chiles mexicanos, es un compuesto químico fascinante que conecta la cultura culinaria con la ciencia molecular. Este compuesto, clasificado como un alcaloide, ha capturado el interés de investigadores por sus interacciones únicas con el sistema nervioso humano y su amplio rango de aplicaciones médicas.

Cuando ingerimos un chile, la capsaicina desencadena una reacción que comienza en nuestras papilas gustativas y termina en nuestro cerebro. Este compuesto interactúa con los receptores TRPV1 (receptores potenciales transitorios vaniloides tipo 1), que actúan como sensores de calor y dolor en las neuronas sensoriales. La capsaicina, al unirse a estos receptores, engaña al sistema nervioso haciéndonos creer que estamos siendo quemados. Esto ocurre debido a la activación de canales iónicos que permiten la entrada de calcio y sodio a las células nerviosas, generando una señal que el cerebro interpreta como “ardor” o “picante”. Imagina un sistema de alarma contra incendios que detecta humo y activa una sirena, pero en este caso, la capsaicina activa la alarma sin que haya fuego real.
¿Por qué los chiles desarrollaron este compuesto?
La teoría predominante sugiere que la capsaicina es una estrategia de defensa evolutiva. Este compuesto disuade a los mamíferos de consumir los frutos, ya que su sistema digestivo destruye las semillas. Por otro lado, las aves, insensibles a la capsaicina, consumen los chiles y dispersan las semillas intactas, garantizando la propagación de la planta.
Es como si los chiles hubieran contratado un servicio de reparto exclusivo con las aves, dejando fuera a los “clientes” que podrían dañar sus “productos”. Su capacidad para activar y eventualmente desensibilizar los receptores TRPV1 ha llevado al desarrollo de cremas analgésicas utilizadas en el tratamiento de dolencias como el dolor neuropático, la artritis y el dolor postherpético. Este proceso de desensibilización ocurre porque la exposición prolongada a la capsaicina agota las sustancias neuroquímicas responsables de transmitir las señales de dolor, reduciendo así la percepción del mismo.

Además de su aplicación en el alivio del dolor, la capsaicina también está siendo estudiada por su impacto en el metabolismo. Se ha demostrado que este compuesto puede promover la oxidación de grasas y ayudar en el control del peso corporal al incrementar ligeramente la termogénesis (producción de calor en el cuerpo). Este efecto ha llevado a considerar la capsaicina como un posible complemento en estrategias para combatir la obesidad.
En investigaciones sobre el dolor crónico, la capsaicina se utiliza como una herramienta para comprender mejor los mecanismos subyacentes. Al simular el dolor y su alivio, los científicos pueden identificar nuevas terapias más efectivas y menos invasivas. Es como usar un simulador de vuelo para entrenar pilotos: se recrea una situación controlada para aprender cómo manejarla mejor. La capsaicina, más allá de su papel en la cocina mexicana, es un testimonio de cómo los compuestos naturales pueden ofrecer soluciones innovadoras a problemas complejos. Desde el ardor en la lengua hasta las aplicaciones terapéuticas, este “fuego molecular” nos recuerda que la naturaleza es una fuente inagotable de conocimiento y posibilidades.
Referencias
- Caterina, M. J., Schumacher, M. A., Tominaga, M., Rosen, T. A., Levine, J. D., & Julius, D. (1997). The capsaicin receptor: a heat-activated ion channel in the pain pathway. Nature, 389(6653), 816-824. Recuperado de https://www.nature.com/articles/39807
- Szallasi, A., & Blumberg, P. M. (1999). Vanilloid (capsaicin) receptors and mechanisms. Pharmacological Reviews, 51(2), 159-211. Recuperado de https://pharmrev.aspetjournals.org/content/51/2/159
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