Por: Ricardo J. Chaparro – Tovar – Venezuela  /  Miembro Fundador de la Red Latinoamericana de Divulgación Científica (RLDC) / Instagram: @ricardojcht/ Correo: ricardochaparroinia@gmail.com
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https://orcid.org/0000-0003-0749-726X

El presente escrito es una contribución desde la Red Latinoamericana de Divulgación Científica.

 

Imagina un mundo donde los descubrimientos científicos quedan guardados en laboratorios, escritos en lenguajes incomprensibles, o solo disponibles para quienes pueden pagar revistas especializadas. ¿Cómo avanzaríamos como sociedad? La comunicación pública de la ciencia y la ciencia abierta buscan romper esas barreras, convirtiendo el conocimiento en un bien compartido.

Se trata de traducir el lenguaje técnico de los expertos a palabras que todos entendamos. No es solo divulgar resultados, sino invitar a la sociedad a reflexionar sobre cómo la ciencia moldea nuestro mundo.

Algunas iniciativas

1.-El proyecto “Ciencia en el Barrio” en Argentina, los investigadores explican temas como el cambio climático en plazas públicas, usando experimentos sencillos.

2.-Los podcasts como “Coffee Break: Señal y Ruido”, discuten noticias científicas con humor y sin tecnicismos. Su clave es crear diálogos, no monólogos.

3- Proyectos como “eBird” o “Foldit” apuntan a crear ciudadanos científicos e invitan al público a registrar aves o resolver estructuras de proteínas. Así, cualquiera aporta a entender la “dinámica de poblaciones” o la “geometría cuántica” de virus.

4.-Tambien conseguimos las llamadas publicaciones sin muros, entre ellas, la revista “PLOS ONE” permiten leer estudios gratis, rompiendo barreras económicas.

5.- Otra iniciativa la encarna el movimiento fracasos compartidos. En ciencia abierta, hasta los experimentos fallidos se publican. Esto evita que otros repitan errores, algo crucial en campos como la virología, donde un error puede costar vidas.

Ciencia abierta: democratizar el conocimiento

La ciencia abierta propone que los datos, métodos y resultados de las investigaciones sean accesibles para cualquiera, sin costos ni restricciones. La filósofa de la ciencia Helga Nowotny lo resume así: “El conocimiento ya no puede ser propiedad exclusiva de una élite; su valor está en ser compartido”.

Un caso inspirador y muy conocido es la plataforma “Sci-Hub”, creada por Alexandra Elbakyan, que desafió las editoriales científicas para liberar millones de artículos tras un pago. Aunque polémica, su acción destaca una demanda global: el acceso al conocimiento es un derecho. Otro ejemplo es “Foldit”, un videojuego donde ciudadanos ayudan a descifrar estructuras de proteínas, contribuyendo a investigaciones reales sobre enfermedades como el Alzheimer.

Transparencia en la ciencia

Imagina que un bosque en riesgo se monitorea con sensores que miden su “salud termodinámica” (entropía, biodiversidad). En ciencia abierta, esos datos no son propiedad de un laboratorio, se publican para que campesinos, biólogos y programadores colaboren en soluciones.

Los modelos de inteligencia artificial inspirados en redes neuronales (como los que predicen pandemias) suelen ser “cajas negras”. La ciencia abierta exige que su código sea público, permitiendo ver cómo toman decisiones.

En el campo de la salud, combatir el VIH no es solo tarea de farmacéuticas. Plataformas como “Open Source Pharma” comparten investigaciones para acelerar tratamientos.

Hoy día, esto es de suma importancia, tomando en consideración que vivimos en un mundo con desinformación, pandemias y crisis climática, entender que la ciencia no es un lujo, sino una necesidad. La comunicadora científica Deborah García Bello lo explica: “Si no ocupamos el espacio de la divulgación, otros llenarán ese vacío con pseudociencia o intereses particulares”.

El desafío: La sombra de la desconfianza

No todo es color de rosas, algunos temen por ejemplo, que datos abiertos sobre pandemias se usen para crear armas biológicas, o que algoritmos transparentes sean hackeados. Pero como advierte la filósofa Donna Haraway: “El riesgo no justifica el secretismo, la ética debe guiar la apertura”.

Entonces, el movimiento de ciencia abierta no solo es técnico, sino éticos. Implican reconocer que la ciencia es una construcción colectiva.  Al final, se trata de articular. Como aquel profesor que explica física con ollas y cucharones, o la estudiante que sube un tutorial de genética a TikTok. La ciencia, cuando se comunica y abre, deja de ser un monumento inalcanzable para convertirse en una conversación que nos incluye a todos.

 

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