Por: Óscar Fernández Galíndez – Investigador Fundación GIFET – Venezuela / Correo: osfernandezve@gmail.com
Cuando el ser humano se centra en un proceso cíclico de repetir patrones, conduce inevitablemente a una especie de automatismo, lo cual puede ser útil para ejecutar tareas rutinarias, pero resulta totalmente contraproducente a la hora de generar nuevos procesos, nuevos caminos interpretativos, nuevas construcciones sígnicas y simbólicas en, por y para la sociedad.
De allí que resulta muy importante observar esto, porque si no se identifica y se toman medidas correctivas a tiempo, el resultado será la negación del pensamiento o, como lo hemos denominado arriba, un “pensamiento petrificado”. Y decir “petrificado” es lo mismo que decir un pensamiento muerto.
Esta petrificación comienza en el sistema educativo, que está diseñado para que el resultado sea un ser sumiso y, en consecuencia, obediente. El obediente puede obtener buenas calificaciones, y el creativo y desobediente puede que no; pero allí radica el problema: no vemos al creativo como un futuro innovador, sino como un problema para este sistema.
Por otra parte, el obediente seguirá siéndolo en la fábrica, en la milicia, en la casa o en cualquier otro sitio que exija actitud acrítica. ¿Y qué pasa con aquellos que ven más allá de todo esto que llamamos normal? ¿Qué ocurre con el niño y el joven rebeldes que, a través de su intuición, sienten que hay algo más aparte de eso que se nos presenta como el “deber ser”?
Desde aquí existe una doble mirada que nos hace reflexionar sobre nuestro actuar. Por un lado, tenemos a personas críticas y reflexivas que se sienten desamparadas y casi ignoradas; y por el otro, a aquellas que, sin pensar y obedeciendo ciegamente, poseen ingentes recursos que les permiten hacer muchas cosas, “lícitas o ilícitas”.
De esta lectura pareciera, a primera vista, que el obediente ciego vale más; pero es importante tener en cuenta que dicho obediente también es desechable, y que el poderoso puede prescindir de él cuando considere que este ya no le es útil.
Ocurre en las empresas, luego de 20 o 30 años de servicio, despiden al empleado así siga siendo muy útil. O en la política, cuando el adulante ya molesta o cuando sus servicios son ofrecidos por alguien que en su momento parece mejor.
Detrás de todo esto, el pensamiento nunca pierde valor, mientras que aquellas personas que se ofrecen “a sí mismas” como objetos, sí.
El pensamiento petrificado es la consecuencia mortal de sistemas que priorizan la obediencia acrítica sobre la creatividad. Nuestra educación, al moldear individuos sumisos, siembra las bases de esta rigidez mental, desvalorizando a quienes cuestionan lo establecido.
Sin embargo, la aparente utilidad del obediente es efímera, convertido en instrumento desechable, su valor se extingue cuando deja de servir al poder. La verdadera resiliencia reside en el pensamiento crítico, que trasciende su instrumentalización y conserva un valor perdurable frente a la obsolescencia programada de quienes renuncian a pensar. Solo reconociendo y revirtiendo esta petrificación podremos construir sociedades capaces de innovar y evolucionar.