Por: Óscar Fernández Galíndez – Investigador Fundación GIFET – Venezuela / Correo: osfernandezve@gmail.com
Vivimos en una sociedad donde imperan la duda, la confusión y el miedo. Una incertidumbre dominada por el temor existencial gobierna la vida de la mayoría. Esta realidad, sumada a la rutina automatizada, crea un espacio condenado a la resignación y el conformismo.
Descubrir esta trampa es causa de desesperación extrema para muchos. Sin embargo, la liberación es posible al adoptar una nueva perspectiva sobre el mundo y nosotros mismos. No se trata de aceptar que todo debe permanecer inalterado. La esencia de la existencia radica en el aprendizaje por placer, no por obligación. El goce de vivir no es un destino final, sino un proceso continuo alimentado por pequeños cambios. Cuando cada instante se convierte en celebración, lo banal y absurdo se desvanece.
Esto no implica ausencia de adversidades, sino cambiar el enfoque hacia la lógica del cambio como brújula. No es aferrarse al pasado —sea favorable o doloroso— sino vivirlo como experiencia transitoria: sentirla plenamente, soltarla y reiniciar el ciclo.
Así opera la magia de existir. La sociedad, como ente autogenerativo, debe ascender a mayores niveles de comprensión que transformen el miedo a lo desconocido en fascinación activa. La incertidumbre no es el obstáculo; lo es el terror que genera.
El avance colectivo exige primero una evolución individual. ¿Cómo iniciarla? Reconociendo nuestro punto de partida, si la vida nos parece hueca y superficial, estamos en la etapa que clama transformación radical. Somos parte de una conciencia colectiva fracturada; de ahí la confusión reinante. Comprenderlo es el primer paso, pero debemos perder el miedo al juicio ajeno y avanzar. Descubriremos entonces que no estamos solos, sino en un plano perceptivo que revela lo que otros ignoran.
La perturbación inicial nos confronta con una elección al estilo de “The Matrix”, la píldora azul que perpetúa la ilusión cómoda, o la roja que lo trastoca todo. Tras elegir el cambio profundo (la roja), no hay retorno. Solo resta aprender a florecer en esa nueva realidad.
Desde esta altura, solo cabe renunciar al pánico a existir. Al comprender que nuestros temores eran espejismos, nos liberamos de la prisión autoimpuesta. Quien vive así —guiado por la intuición y libre de miedos— será visto como amenaza por un sistema que exige obediencia. No se trata de oposición ideológica o contradicción sistemática, sino de sostener convicciones vitales con integridad, aún contra la corriente. Este estado se alcanza cuando la sincronicidad vital dialoga con la razón intuitiva, haciendo de la experiencia cotidiana un ciclo recursivo que expande constantemente nuestra comprensión.
La mutación social comienza en la transformación individual, al sustituir el miedo a la incertidumbre por un aprendizaje gozoso, reconocemos el cambio como esencia vital. Este despertar exige valentía para elegir la verdad incómoda sobre la ilusión segura, liberándonos de prisiones mentales colectivas. Quienes transitan este camino —guiados por intuición e integridad— desafían los sistemas basados en el temor, no por rebeldía infundada, sino porque su sola existencia revela que otra forma de habitar el mundo es posible, una donde la incertidumbre no paraliza, sino que invita a co-crear realidades más conscientes y conectadas. La verdadera revolución es dejar de temer para poder existir plenamente.