Por: Óscar Fernández Galíndez – Venezuela / Correo: osfernandezve@gmail.com
Somos lo que creemos y aunque muchos afirman que no poseen creencias a las cuales sus comportamientos se aferren, dicha expresión encierra en sí misma ya una creencia.
Quién dice no creer por ejemplo en religiones y se asume así mismo como ateo, es un creyente en eso que dice practicar. De alguna forma podríamos decir que cree en el no creer.
Esa práctica amerita un esfuerzo aún mayor en algunos casos, sobre todo sí realiza intentos por convencer a otros de su convencimiento. Recordemos que todo acto explicativo es siempre en principio una autoexplicación.
Lo mismo pasa en el terreno de la ciencia y la tecnología, y aun cuando desde y/o a través de éstas, el ver para creer sea lo que prevalezca, no pocas veces se cree antes de ver.
Podríamos decir desde aquí, que el ver para creer y el creer para ver son dos lecturas que pueden ir y venir en una misma persona de forma recursiva y terminar siendo concurrentes y complementarias. Pero, también es cierto que existen personas que son más practicantes de una que otra.
Tenemos por ejemplo científicos en especial los experimentales que están convencidos no sólo de que ellos son los únicos que hacen ciencia, sino que además asumen que esa aptitud/actitud no es una creencia.
¿Cómo podríamos entender que una persona invierta muchas horas de su vida aplicando un método en particular y no otro, si no cree que esa vía lo ayudará a encontrar lo que busca?
Esa creencia puede ser temporal o permanente, pero mientras dure será siempre una creencia. Creer o no creer, no es el problema porque siempre de alguna u otra forma creeremos. El verdadero problema estará siempre en qué es eso sobre lo cual creemos y si ese sistema de creencias nos conduce o no a un terreno que de alguna forma nos permita avanzar.
La ciencia no pocas veces avanza y retrocede, pero no es el lenguaje de la ciencia el único que amerita ser o no creído. En y desde la autoexperiencia, la cual de algún modo también reviste observación y análisis se evidencia desde el conocerse a sí mismo, mucho que merece vivir para creer y luego de avanzada esta experiencia, se llega a un punto en el que solo el creer basta.
Siempre habrá manera de constatar por ejemplo lo que hoy día se conoce como neuroteologia y que consiste en el estudio a través de las neurociencias del efecto que producen en el cuerpo humano y en la mente prácticas ancestrales y místicas como la oración y la meditación.
La búsqueda de patrones ya sea objetiva, intersubjetiva o subjetivamente, ya sea cualitativa, cuanticualitativa o cuantitativamente, ya sea en base a evidencias o por intuición, los investigadores irán armando rompecabezas ya sea inductiva o deductivamente. Y para todo esto las IA siempre estarán allí para apoyarnos y mostrarnos el cómo al juntar creatividad con síntesis ver primero o después importará poco y lo buscado emergerá por necesidad colectiva y por el ímpetu de unos pocos.
Siempre habrá elementos para cuestionar y en consecuencia para creer o no. Pero siempre existirá la posibilidad de decidir y terminar diciendo que es lo más conveniente. Ver para creer o creer para ver.
Sobre esto de las creencias y la ciencia, recuerdo a un científico que conocí, que creía que si dejabas un paraguas abierto dentro del laboratorio, los experimentos no se darían como se esperaba. Esto sugiere al menos levemente que el espíritu mágico religioso, vive dentro de muchos científicos aun cuando éstos no lo admitan de forma expresa.
Es por todo esto que considero que es imposible el no creer, porque incluso, la no creencia en algo o en alguien, implica en sí misma una creencia. Incluso podríamos decirlo afirmativamente de la siguiente forma: Creo en el no creer.
En definitiva, todo lo anterior nos muestra una vez más que nuestro lenguaje y la lógica aristotélica resulta insuficiente para entender ciertos fenómenos que la naturaleza recursiva, y polivalente de la vida, nos pone en frente.