Por: Óscar Fernández Galíndez – Venezuela / Correo: osfernandezve@hotmail.com
El teatro es una expresión artística que permite a través del uso del cuerpo y la mente manifestar relaciones humanas por medio de la representación actuada de hechos reales o ficticios.
La vida está llena de escenificaciones, muchos de nosotros aprendemos de acuerdo a los condicionamientos sociales, a representar posturas estereotipadas que podrían ser vistas como expresiones teatrales de nosotros mismos. Así pues, tenemos un tipo de comportamiento de acuerdo al lugar o a la relación que tengamos.
Es así como por ejemplo, el jefe de la empresa puede ser visto por sus trabajadores como un hombre rígido y estricto, pero ante su esposa o su mamá se ve un niño indefenso. O el general que dirige ejércitos, se ve diferente en un campo deportivo o en la cocina de su casa. Estos son roles que sí no se adecuan al espacio y al momento, pueden ser mal vistos o mal entendidos.
Lo otro está en que la persona se vista de lo mismo en todo momento y en todo lugar, allí surgen ciertas patologías y deben ser comprendidas seriamente. Es importante entender que todas esas lecturas no son reales, son máscaras, y volvemos entonces al símbolo del teatro. Las máscaras.
Nos pasamos la vida tratando de convencer a los demás que somos esas máscaras, cuando en realidad, no lo somos y peor aún, no sabemos lo que somos. Vivimos auto engañados, y la mentira llega a calar tanto en nosotros, que no logramos distinguir que es verdadero y que no lo es en nuestras vidas.
Un ser confundido puede llegar a creer que el teatro o la actuación, son su vida o representan su vida. Pero también puede llegar a creer que no es nada porque nada se parece a su esencia. Si no sabemos quiénes somos ¿cómo podremos asumir una postura consciente ante la vida?
Por otro lado, si no lo sabemos y se nos presentan múltiples opciones vistas éstas como personajes ¿Cómo podremos decidir en consecuencia? ¿Existe algún personaje que se parezca a nosotros? La respuesta está adentro de nosotros y no afuera. Y sólo puede ser respondida cuando alcanzamos la paz interior. La búsqueda de esto último, puede llevarnos toda la vida.
Lo curioso de esto es que cuando al fin encuentras la paz, es decir logras hallar tu personaje, descubres que este, siempre estuvo allí y que la búsqueda no era necesaria. La búsqueda se transforma en una no búsqueda. Al final toda nuestra vida es un teatro pero no es una representación de lo externo sino de lo interno.
El ser se vuelve genuino y desaparece el ego. Ya no hace falta convencer al otro, ya no te ves a ti mismo como superior o inferior a nadie, ya no te sientes lo bueno ni malo, ya no hay culpa, vergüenza ni orgullo. Te vuelves un ser desnudo y ya no te asusta la desnudez, porque descubriste que la desnudez es tu verdadera realidad.
Ya no puedes vivir del que dirán, pues entiendes que todo es apariencia y que no tiene sentido dejarte llevar por alguien que ve menos que tú. Y ves parte de ti en todo y en todos, ves tu reflejo en el demente, en el niño, en el anciano, en el animal, en el árbol, etc.
Aprendes a hacerte responsable de ti mismo, y ya no culpas a los demás de tus malas o buenas decisiones. Aprendes a ser libre y en consciencia a ser feliz. Un ser feliz no busca, solo observa y actúa en consecuencia sin expectativas. Vives una vida sin máscaras y sin juzgar las máscaras de los demás.
Ya no sientes que dependes de las personas, las circunstancias y las cosas, sólo sabes que estás, y estar es más que suficiente. Te sientes liviano y sin ataduras, te sientes puro y original, y tú vida fluye ya no con el deseo del ego de controlarlo todo, sino con la confianza del ser de vivir cada instante al máximo sin mayores expectativas.
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Gracias, si puedes compartirlo María Fernanda, te lo agradeceríamos mucho. Muchas gracias.