Por: Óscar Fernández Galíndez – Venezuela / Correo: osfernandezve@gmail.com
Ya en textos anteriores he sugerido que esta sociedad a la que Desmond Morris ha denominado el zoohumano, no es más que un continuo cúmulo de seres con algún tipo de desequilibrio psíquico, y que además están convencidos de estar mentalmente sanos, todos sin excepción tenemos algún tipo de neurosis.
Por supuesto, hay quienes sobre salen, y son precisamente esos los que llamamos locos o excéntricos. Los primeros son pobres y los segundos ricos. A los primeros los ignoramos aunque digan algo interesante y tengan la razón, y a los segundos los obedecemos aunque digan puras estupideces. y no sepan nada de nada.
Un ejemplo evidente de esto lo vemos con el actual presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. Obviamente tiene demencia senil, pero nadie lo dice.
De repente nos tropezamos con una persona mal vestida y mal oliente que tubo un breve instante de lucidez y dijo algo brillante, incluso, algo que resolvía una inquietud nuestra. Pero no estuvimos atentos a ello. Sin embargo, en las redes sociales por ejemplo vemos a muchos seres decir y hacer una estupidez más grande que otra, y a ellos les llamamos influencers.
Así mismo, creemos que somos inclusivos porque decimos: camaradas y camarados, compatriotas y compatriotos. Allí hasta el teléfono pelea conmigo cuando escribo estas cosas ¿debo de suponer que este aparato es contrario a la inclusión? Pero allí no para esto, no hay problema con los masculinos que se siente masculinos o femeninos o con las femeninas que se sienten como tales o se sienten masculinos.
El problema surge para designar a los que se creen: Árboles, perros, gatos, mariposas, gota de agua, o extraterrestre, por tan sólo citar unos cuantos. Entonces ¿cómo debemos nombrarlos?
Y después dicen que el loco soy yo. Definitivamente lo que se fue de viaje aquí fue la coherencia. Decía Jorge Tuero: ¿Andrés Bello que han hecho con tu idioma? ¿o deberíamos decir idiomo?
Y si llevamos esta manía inclusiva a otros idiomas ¿cómo sería?
En la novela el mago de la cara de vidrio de Eduardo Liendo, el escenario es un lugar en un manicomio conocido como el salón de los ilustres. Ahora la sociedad toda es dicho salón. En dicho salón habita desde el que se cree Simón Bolívar hasta el que se cree Jesucristo.
Por cierto, hablando de Jesucristo, cerca de la casa vive uno que se hace llamar el Verbo, este se viste todo de blanco y a todos nos echa la bendición. Comenzó haciendo murales, la gente comenzó a decirle que los hacia muy bien y lo felicitaban, un día se dejó crecer el cabello y a vestirse siempre de blanco. Hoy día anda caminando o en una bicicleta. Cuando anda en la bicicleta, lleva a veces a una viejita con él. No me atrevo a especular sobre el parentesco, pero sí sobre la lucidez de esa señora.
Para finalizar debería decir que los idiotas no son tales sino idiotos. Eso sí que es idiota.
Lo que realmente importa no es lo que se diga o como se diga, sino lo que se haga. Fíjense en esto, antes los políticos se lanzaban discursos elegantes que ni ellos entendían, dicen por ejemplo de Carlos Andrés Pérez, que mandaba a hacer los discursos. Hoy cualquiera se lanza y dice cualquier cosa sin pensar.
La pregunta de fondo es, ¿estamos mejor, igual o peor? cada quién con sus respuestas. Lo que sí me queda claro es que lo realmente importa no es lo que digas o como lo digas, sino lo que hagas, y sobre todo lo que hagas coherentemente y congruentemente con tu corazón.
Todo lo demás suene o no bonito, no tiene importancia.
Excelente artículo!!!
Gracias, creemos que la trascendencia humana está más allá de las palabras y que las mismas a veces en lugar de aclarar, oscurecen.