Por: Óscar Fernández Galíndez – Venezuela / Correo: osfernandezve@hotmail.com
Lo femenino va mucho más allá de la feminidad o de eso que hoy se debate en relación a la supremacía masculina sobre lo femenino. Lo femenino responde a un proceso armónico en el que las polaridades masculinas y femeninas se complementan.
Así pues el Ying y el Yang son lo masculino y lo femenino de la totalidad. El día y la noche, el sol y la luna, el bien y el mal. La lógica aristotélica, ha separado las polaridades masculina y femenina que habitan incluso en los hemisferios cerebrales de los biológicamente masculinos y los biológicamente femeninos.
Desde esta perspectiva, lo masculino y lo femenino, van más allá de la identidad de género, pues en ese más allá, no existe separación, solo apariencia de separación. Esa expresión es sólo una manifestación física, más sin embrago, lo masculino y lo femenino nos habita a todos, indistintamente de la preferencia sexual que un determinado ser asuma temporalmente o de por vida.
El bien y el mal también encajan en esta visión aparentemente separada de lo masculino y lo femenino, el bien y el mal buscan la comprensión y en niveles últimos de evolución espiritual, la compasión. Lo masculino y lo femenino están en todo y en todos, todo se expresa en dúos según Jakob von Uexkull, el decía que en el proceso de la polinización, la flor es Apical y la abeja es floral.
Ahora apliquemos la fórmula biosemiotica descrita arriba por Uexkull, a cada experiencia de la vida:
¿Qué ocurre, sí estamos siendo muy masculinos o femeninos en nuestro diario vivir?
¿Qué le ha pasado a la humanidad que ha colocado lo masculino en occidente y a lo femenino en Oriente?
¿Cuál ha de ser el equilibrio cultural entre Occidente y Oriente para que el mundo no sea ni más masculino ni más femenino?
Hay algo muy importante decir en este punto, y es que lo masculino busca competir y lo femenino cooperar, lo masculino exalta al ego y lo femenino busca al ser, lo masculino ve y busca lo material, y lo femenino busca la interioridad.
El asunto aquí consiste en entender que ni lo masculino ni lo femenino existen independientemente el uno del otro, pues como ya les dije forman parte de una totalidad. No existe aquí ni lo mejor, ni lo peor, pues la vida es el resultado de la complementariedad.
La endoepignosemiosis de la relación masculino y lo femenino, resulta de una profunda comprensión que nos eleve desde la mirada miope de la competencia a la cooperación sin complejos de la inteligencia colectiva. El ego individualista, reconoce la potencialidad de cada ser y le da su espacio para que entre todos construyamos el sentido armónico de la integración del ser en una unidad indivisible.