Ricardo J. Chaparro – Tovar,  Investigador,  Venezuela / Correo: ricardochaparroinia@gmail.com
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https://orcid.org/0000-0003-0749-726X

Óscar Fernández Galíndez, Investigador Fundación Grupo para la Investigación, Formación, y Edición Transdisciplinar (Fundación GIFET ) Venezuela / Correo: osfernandezve@gmail.com
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https://orcid.org/0000-0003-1958-4811

 

El presente escrito es una contribución desde la Red Latinoamericana de Divulgación Científica.

 

En el vasto océano de la investigación científica, los protocolos emergen como faros indispensables que guían la navegación entre dos fuerzas aparentemente contrapuestas, el rigor metodológico y la innovación disruptiva. Como señaló Karl Popper:

La ciencia avanza mediante la falsificación de hipótesis, un proceso que exige estructuras claras para distinguir lo verificable de lo especulativo.

No obstante, como advirtió Thomas Kuhn, estos marcos —los paradigmas— son también construcciones sociales, dinámicas y sujetas a revoluciones. Entonces ¿Cómo equilibrar la meticulosidad de los protocolos con la creatividad que impulsa descubrimientos transformadores?

Desde los tratados de Alhazen en el siglo XI, que sistematizaron experimentos ópticos, hasta los estándares actuales basados en inteligencia artificial, los protocolos han evolucionado para responder a desafíos científicos y éticos. En laboratorios de nutrición animal, por ejemplo, técnicas como la espectroscopía de infrarrojo cercano (NIRS) o el análisis del microbioma ruminal dependen de procedimientos estandarizados para optimizar dietas y reducir emisiones de metano. De igual forma, en reproducción asistida, protocolos de inseminación artificial integran desde la criopreservación de semen hasta la sincronización hormonal, asegurando mejoras genéticas y sanitarias en el ganado.

Sin embargo, su importancia trasciende lo técnico. Mario Bunge subrayó que los protocolos son “esqueletos lógicos” que evitan que el conocimiento se fracture ante sesgos o negligencia. Un error en su diseño no solo genera datos erróneos, sino que compromete el bienestar animal y la sostenibilidad productiva. Aquí, la advertencia de Richard Feynman resuena la autoexigencia ética es el verdadero termómetro de la calidad científica.

En este sentido, los protocolos, lejos de ser meras recetas, son herramientas vivas que articulan historia, innovación y responsabilidad. Desde sus raíces en la Revolución Científica hasta su papel en la ganadería del siglo XXI, en un mundo donde la demanda de alimentos choca con límites ambientales, comprender su rol es clave para construir una ciencia rigurosa, creativa y éticamente sólida.

El dilema ético de los protocolos

| Imagen de: Pixabay.com
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Un protocolo mal diseñado no solo genera datos erróneos, sino que erosiona la confianza en la ciencia. Mario Bunge comparó la metodología con un esqueleto lógico, que sostiene el conocimiento, y su ausencia deriva en conclusiones frágiles. Por ejemplo, en estudios farmacéuticos, omitir pasos de validación puede exagerar la eficacia de un medicamento, transformando hallazgos en “artefactos metodológicos”. Aquí, la advertencia de Feynman resuena con fuerza: la autoexigencia ética es el verdadero termómetro de la calidad científica.

Actúan como mediadores entre la realidad observable y la interpretación humana. Un ejemplo histórico es el Proyecto Genoma Humano, cuyos estándares rigurosos, similares a normas como la ISO/IEC 17025 para laboratorios, permitieron la colaboración global sin ahogar las particularidades locales. Esto refleja una paradoja: mientras más estricto es un protocolo, más creatividad exige para adaptarse a contextos diversos. Como señaló Richard Feynman, “el primer principio es no engañarte a ti mismo”, una máxima que aplica tanto al diseño de experimentos como a la honestidad intelectual frente a resultados inesperados.

La ciencia se debate entre el ideal de apertura y los intereses prácticos. Robert Merton defendía que “el conocimiento científico es un bien común”, pero en la práctica, factores como las patentes o la competencia académica limitan su divulgación.

Un caso emblemático son los protocolos en nutrición animal, mientras organizaciones como la FAO exigen transparencia en estudios sobre suplementos proteicos para garantizar seguridad alimentaria, las empresas protegen sus métodos por razones comerciales. Carl Sagan capturó esta tensión al afirmar que “la ciencia es una fuente profunda de espiritualidad”, recordándonos que su valor trasciende lo utilitario.

Los protocolos no son recetas estáticas, sino mapas en un territorio en constante cambio. Como escribió Jacob Bronowski en “El Ascenso del Hombre”, “la ciencia no es un mecanismo, sino un progreso humano”. En ellos conviven la precisión y la duda, el control y la curiosidad. Su verdadero éxito no está en su rigidez, sino en su capacidad para evolucionar sin perder de vista su norte: la búsqueda de verdades que, aunque provisionales, nos acercan a comprender el universo.

Reflexión final

| Imagen de: Pixabay.com
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La aplicación de protocolos en laboratorios de nutrición y reproducción animal no solo implica rigor técnico, sino una responsabilidad moral intrínseca. Como señaló el filósofo Peter Singer, “el bienestar animal debe ser un imperativo ético, no una opción”. En este contexto, los protocolos actúan como guardianes que equilibran el avance científico con el respeto a la vida. Por ejemplo, en estudios de suplementación alimenticia, omitir evaluaciones toxicológicas para acelerar resultados podría comprometer la salud animal y humana, violando principios básicos de bioética.

La adopción de las “3R” (Reemplazo, Reducción y Refinamiento) en experimentación animal es un ejemplo paradigmático. Un protocolo ético no solo busca reducir el número de individuos en ensayos, sino también mejorar técnicas como la modelización “in vitro” de microbiomas ruminales, minimizando el estrés en bovinos (OMSA, 2021). No obstante, persisten desafíos: en reproducción asistida, tecnologías como la edición genética CRISPR plantean dilemas sobre la manipulación de embriones. ¿Dónde trazar la línea entre la innovación y el respeto a la integridad biológica?

Desde esta perspectiva la transparencia también es un pilar ético. En 2018, el escándalo de la Universidad de Illinois, donde se ocultaron efectos adversos de un aditivo alimentario en cerdos, demostró cómo la opacidad en protocolos puede distorsionar el conocimiento y perjudicar a la industria (Nature, 2019). Por ello, organizaciones como la FAO exigen que los resultados negativos sean publicados, evitando sesgos de publicación que desvían políticas públicas.

Finalmente, la ética se entrelaza con la justicia global, mientras países desarrollados implementan protocolos de última generación para reducir emisiones de metano en rumiantes, pequeños productores en regiones como África Subsahariana carecen de acceso a técnicas básicas de inseminación artificial. La democratización del conocimiento, mediante protocolos adaptables a contextos locales, es un imperativo para cerrar brechas tecnológicas y éticas.

Los protocolos científicos son faros en la niebla de la incertidumbre, pero su verdadero valor radica en su capacidad para guiar sin dogmatizar. En nutrición y reproducción animal, han permitido desde erradicar deficiencias minerales en ganado hasta optimizar programas de selección genética. Sin embargo, su rigidez no debe convertirse en una camisa de fuerza. Como advirtió Jacob Bronowski, “la ciencia es un diálogo entre la creatividad y el escepticismo”.

El futuro exige protocolos adaptativos, la inteligencia artificial y el big data ofrecen oportunidades para diseñar metodologías dinámicas, capaces de ajustarse en tiempo real a variables ambientales o fisiológicas. No obstante, esto no exime a los científicos de mantener un juicio crítico. La automatización de análisis nutricionales mediante NIRS no sustituye la necesidad de validar resultados con métodos tradicionales, sino que los complementa.

En el plano ético, la educación continua es clave, formar profesionales que no solo dominen técnicas, sino que internalicen principios como el “One Health” —que integra salud animal, humana y ambiental— garantizará que los protocolos sean herramientas de progreso, no de explotación. La reciente normativa de la OMSA sobre bienestar en reproducción asistida (2023) es un avance, pero requiere ser traducida en prácticas concretas.

En última instancia, los protocolos son un pacto entre generaciones, heredamos métodos depurados por décadas y asumimos el deber de mejorarlos. Como escribió Carl Sagan, “la ciencia es una vela en la oscuridad”; los protocolos son la cera que permite mantenerla encendida, siempre que no olvidemos que su luz debe iluminar a todos, sin excepción.

Referencias

  • Bunge, M. (1967). Scientific Research I: The Search for System. Springer.
  • Bronowski, J. (1973). El Ascenso del Hombre. BBC Books.
  • FAO (2020). Directrices para la Evaluación de Suplementos Proteicos en Nutrición Animal. FAO.
  • Feynman, R. (1974). Cargo Cult Science. Discurso de graduación en Caltech.
  • ISO/IEC** (2017). *Norma ISO/IEC 17025: Requisitos para Laboratorios de Ensayo y Calibración. ISO.
  • Kuhn, T. (1962). La Estructura de las Revoluciones Científicas. University of Chicago Press.
  • Merton, R. (1942). The Normative Structure of Science. Journal of Legal and Political Sociology.
  • Popper, K. (1959). La Lógica de la Investigación Científica. Routledge.
  • Sagan, C.(1995). El Mundo y sus Demonios. Random House.
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