Por: Óscar Fernández Galíndez – Venezuela / Correo: osfernandezve@gmail.com
En nuestra cultura latinoamericana, el chisme y el chismoso son algo muy común, y algunos llegarán a pensar que hasta necesario. En algunos pueblos y barriadas, este mote es tan popular que ciertas personas incluso han recibido el crédito de ser “el chismoso” o “la chismosa” del lugar.
En Venezuela, por ejemplo, a muchos periodistas que difunden rumores sin investigación previa los llamamos chismosos con título. Pero:
¿Qué dimensiones psicológicas y sociológicas se esconden detrás del chismoso?
Antes de profundizar, establezcamos algunos parámetros iniciales:
Un chisme es un rumor, cotilleo o habladuría transmitido oralmente, a menudo con intención crítica o dañina hacia alguien ausente. Puede basarse en información real pero oculta o en datos falsos exagerados, y circula sin verificación, impidiendo al aludido desmentirlo. En España, coloquialmente también designa objetos insignificantes.
Un chismoso es quien propaga estos rumores, ya sea por envidia, aburrimiento o necesidad de destacar. La Biblia lo vincula al orgullo y la necedad, mientras estudios modernos señalan que activa zonas cerebrales de placer. En algunos países de América Latina, el término también puede significar “delator”.
Características del chisme:
- Surge en contextos privados o mediáticos sensacionalistas.
- Distorsiona la realidad, daña reputaciones y puede afectar aspectos legales.
- En medios, se convierte en negocio lucrativo a costa de la privacidad.
Efectos negativos:
- Genera conflictos interpersonales y división social.
- Expone a los involucrados a riesgos laborales o legales.
Contextos culturales:
- En Cuba, “chismosa” también designa una lámpara de queroseno.
- La prensa rosa o amarilla explota estos rumores como entretenimiento masivo.
Clínicamente, al chismoso no se le considera un enfermo mental; sin embargo, cuando su comportamiento se vuelve obsesivo y compulsivo, entra en una dimensión patológica.
Desde lo social:
- Su uso para difamar o manipular daña reputaciones y genera conflictos.
- En ámbitos laborales, crea ambientes tóxicos y reduce la productividad.
Algunos creen que el chisme fomenta cohesión social, pero desde el engaño y la ignorancia, nada perdura. Popularmente se dice que el chismoso es alguien “sin oficio”. Y, en efecto, quien dedica su tiempo a espiar vidas ajenas e inventar falsedades quizá necesite ocuparse de su propia existencia.
El periodista chismoso podría llamarse “chismoso con oficio. Llama la atención que, en este ámbito, destaquen hombres homosexuales afeminados. ¿Podría existir allí algún resentimiento social?
Un chismoso se detecta fácilmente: dile a alguien: “Te voy a decir algo, pero no quiero que se lo cuentes a nadie”, y verás qué ocurre. Nuestra inteligencia social es tan aguda que, al saber “quién es quién”, se usa al chismoso para difundir información estratégica: se le cuenta un secreto y pronto toda la comunidad lo sabrá.
Sobre si los chismosos son necesarios, hay debate. Pero es indudable que, cuando el chisme se instrumentaliza para manipulación mediática o como control político social, se puede dañar hasta un país entero.
Estos chismosos, aunque no sean enfermos mentales, deberían tratarse como tales por el daño colectivo que causan.