Por: Nina Padme Eufracio Rojas / Departamento de Químico en Fármacos. Centro de Enseñanza Técnica Industrial Plantel Colomos. C. Nueva Escocia 1885, 44630 Guadalajara, Jal. Correo : neufraciorojas@gmail.com / Instagram:@ninapadme
La vida en la Tierra no es ambidiestra. Los azúcares que fluyen por nuestras células, los aminoácidos que conforman nuestras proteínas, e incluso los fármacos que tomamos, siguen una lógica direccional: los primeros son D (dextrógiros), los segundos L (levógiros). Esta preferencia —esta quiralidad biológica— no es una elección evolutiva cualquiera, sino un código que permea todos los niveles de la bioquímica. Pero si la química en estado puro genera siempre moléculas en versiones especulares, ¿por qué la vida eligió una de ellas?
¿Qué fuerza cósmica inclinó la balanza?
Para entenderlo, pensemos en las moléculas quirales como manos: tienen la misma forma general, pero no pueden superponerse una sobre la otra. En un laboratorio, una reacción química sin catalizadores quirales produce ambas versiones —izquierda y derecha— por igual. Lo mismo ocurre en condiciones abióticas: al sintetizar aminoácidos o azúcares a partir de precursores como cianuro de hidrógeno (HCN) o formaldehído (HCHO), se obtienen mezclas racémicas, es decir, 50:50 de cada enantiómero. Sin embargo, en la Tierra todos los seres vivos usan L- aminoácidos.

La respuesta más fascinante podría estar en el espacio.
Meteoritos como el famoso Murchison, que cayó en Australia en 1969, contienen restos de compuestos orgánicos formados mucho antes que el Sol. Entre ellos se han encontrado excesos en la proporción de L-aminoácidos, muy por encima de lo que se esperaría por simple azar. ¿Cómo es posible que un cuerpo inerte, sin metabolismo, sin enzimas, haya logrado una selección tan específica?
Una de las hipótesis más sólidas involucra la interacción entre luz polarizada circularmente (CPL) y moléculas orgánicas en regiones del espacio como nubes moleculares o discos protoplanetarios. La CPL es una forma especial de radiación en la que la onda electromagnética gira como un sacacorchos hacia la izquierda o la derecha. Este tipo de luz puede generarse al pasar por campos magnéticos intensos cercanos a estrellas masivas, o al reflejarse en superficies heladas asimétricas.
Aquí viene la parte molecular clave: la CPL puede interactuar de manera distinta con cada enantiómero. Si se expone una mezcla racémica a CPL izquierda, por ejemplo, se puede destruir preferentemente uno de los dos enantiómeros, dejando un exceso enantioselectivo. Este fenómeno, conocido como fotólisis quiral selectiva, no necesita catalizadores ni condiciones terrestres. Solo requiere tiempo, polvo y luz.
Imagina que tienes una balanza perfectamente equilibrada con dos tipos de granos, indistinguibles en peso, forma y color. Ahora sopla una brisa que, sin que lo notes, arrastra un tipo de grano más que el otro. Al final, lo que parecía una simetría perfecta ha sido sutilmente alterada. El universo, con su radiación circular y sus campos magnéticos, podría ser esa brisa.
Una vez que se forma un exceso enantioselectivo, incluso si es pequeño (del orden de 1% o menos), puede amplificarse mediante procesos autocatalíticos, como los descritos en la reacción de Soai. En estos mecanismos, la versión dominante de una molécula cataliza su propia síntesis con mayor eficiencia, desplazando aún más la simetría. Así, una pequeña asimetría inicial, inducida por la CPL, se transforma en una dirección bioquímica irreversible.
Este modelo no sólo explica la predominancia de los L-aminoácidos en la Tierra, sino que predice que otros planetas, expuestos a radiación de orientación opuesta, podrían desarrollar vida con quiralidad invertida, es decir, usando D-aminoácidos y L-azúcares. La vida, entonces, no solo es rara por su aparición, sino por su geometría interna.
Más aún, estudios recientes han mostrado que algunos hielos cometarios irradiados por CPL pueden generar azúcares quirales con un leve sesgo, y que meteoritos expuestos a esta luz presentan diferencias en su contenido orgánico según la dirección de su giro axial. La quiralidad cósmica podría estar inscrita en la historia de cada planeta.
De este modo, la vida en la Tierra quizás no eligió, sino que fue condicionada desde antes de nacer, desde cuando era apenas polvo flotando en el espacio. La luz del cosmos no solo calentó sus moléculas, sino que les enseñó a girar.
Referencias
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