Por: Juan Alberto Cerda Guzmán
Correo electrónico: unpsicodudoso@gmail.com
¿Está mal sentirse mal? Por supuesto que no, aunque tristemente nos han hecho creer que sí.
Para poder demostrártelo, me gustaría que pensaras un momento en las siguientes interrogantes:
¿Cuántas veces has dicho que estás bien, solo para evitar mostrarte vulnerable ante los demás?
¿Cuántas veces no has pedido ayuda, solo para evitar que te manifiesten de mala gana que no estás hecho para la vida?
¿Cuántas veces has actuado bajo las expectativas de los demás, solo para evitar sentirte rechazado?
¿Cuántas veces has forzado tus ojos para que estos no derramen lágrimas ante una escena triste de alguna serie, película e incluso libro, solo para evitar que te digan que eres patético o cursi?
Las emociones que, desde la etimología de la palabra, hacen alusión al acto de moverse, han sido un elemento indispensable para la supervivencia de la especie; no discrimina por clase social, ni por ninguno de los vectores del tiempo, es decir, incumbe a todos. El día de hoy me propongo exponer sobre la importancia de las emociones, con el objetivo de invitar a cada uno de los lectores atreverse a alzar la mirada hacia nuevos horizontes que sean de utilidad para la construcción de sociedades sensibles, y que se interesen por fomentar la confianza interpersonal.
Aun habiendo tanto avance científico y tecnológico, sigue llamando poderosamente la atención, sobre todo a aquellos profesionales dedicados a la Salud Mental, como es que las personas organizan sus afectos, puesto que la mayoría advierte un alto nivel de incoherencia ideoafectiva, es decir: quieren, pero no se atreven a expresarlo; ríen sin estar verdaderamente felices; dan los mismos consejos que ignoraron y/o en el peor de los casos, aquellos que nunca recibieron; lloran y se arrepienten cuando el otro ya está muerto, fantasean construyendo un futuro que los aleja de la simplicidad del momento; maduran cuando ya les queda menos de un cuarto de vida, etc.
Una sociedad acostumbrada a la lógica del exitismo -una semilla sembrada y cosechada desde ya hace muchos años-, ha generado de manera progresiva una grieta profunda en la manera de percibir la vida y de relacionarnos; los valores aspiracionales que se circunscriben a la idea del consumo, es decir, duplicar el dinero, querer pertenecer a un estatus social alto e incluso adquirir poder, dan chance para que las personas padezcan trastornos del ánimo, desconectándolos de un sentido vida auténtico.
Es por esta razón que el materialismo estimulado por el sobreconsumo capitalista disminuye significativamente la calidad del bienestar, ya que la autoestima se ve gravemente afectada; el narcisismo, en contraste, se eleva cimentando las bases de la comparación social, haciendo que la empatía, la motivación intrínseca y las relaciones interpersonales pierdan calidad e importancia para el desarrollo humano. Te propongo el siguiente ejemplo para que me entiendas:
“En una calle hay diez casas, dentro de cada una de ellas, hay diez personas con realidades diferentes, no obstante, todas inmersas dentro de un mismo sistema gubernamental, económico y social. Supongamos que en la casa N°1 hay una persona regando sus plantas y en la casa N°2 hay una persona sentada disfrutando la tarde; si se les pidiera a ambas personas que se juntaran y evaluaran de 0-10 su semana (entendiendo que 0 es la mínima puntuación y 10 la máxima) por orden, la persona de la casa N°2 nunca dará una nota menor a la de la persona de la casa N°1, podría ser igual pero nunca menor”.
Este tipo de respuesta es frecuente en sociedades donde prima la competencia, como la tuya y la mía, donde se prioriza una estándar de “deseabilidad social”. Más estas conductas, a la larga, son perjudiciales al momento de querer establecer una base sólida de confianza con los demás, pero lo más importante, consigo mismos, ya que, ¿se es realmente honesto? Por supuesto que no, sin embargo, ¿por qué?
Gracias al asentamiento del pensamiento occidental -quien empapado de la influencia de Platón en la antigüedad y de Descartes en la edad moderna; postulados que fueron utilizados como brújula para entender el mundo-, las emociones eran tratadas como fenómenos disruptivos intolerables que amenazaban en sumo la razón, pues constituían la barbarie primitiva a la cual el hombre no debía aspirar; he ahí la base del dualismo, es decir, la fisura entre la cosa pensante (res cogitans) y la cosa extensa (res extensa); postulados que hoy, sin duda alguna, configuran la doctrina de la mente aislada.
Si bien es cierto, en la actualidad se ha llegado a torcer en parte la creencia vaga de que las emociones son impurezas que obstruyen el funcionamiento de los seres humanos y que, por el contrario, son el motor de toda acción y adaptación; lamentablemente aún quedan rastros de la racionalización defensiva, dispositivo por el cual se hace presente la inhibición, negación y la represión emocional.
Ahora bien, no se debe olvidar que la especie humana es la que más tarda en madurar en términos biológicos, esto se traduce a que tanto la independencia como la sobrevivencia se ven postergadas, es decir, es la que más tiempo depende de otros, siendo también la crianza compartida el elemento clave que nos distingue de otros animales. Necesidades como seguridad, afecto y consuelo son la base del “performance” de lo que no caracteriza como seres sociales, siendo esto, además, un hito en constante remodelación evolutiva.
En consecuencia, la circularidad que promueve el hecho de depender y cuidar tanto tiempo del otro hace que la sensibilidad sea la base lógica del encuentro socio-relacional subjetivo e intersubjetivo, siendo inherente a este proceso, la edificación del sentido de pertenencia, la autoestima, la regulación emocional y de la conducta; el contexto debe ser el óptimo, de verse afectado, el encuentro pierde calidad y la biología es impactada dando pie a la génesis de la psicopatología. Por lo tanto, bajo lo anterior, ¿crees que las emociones son un elemento que debe ser descartado al momento de hablar de raciocinio, inteligencia, entre otras cosas? Te propongo otro ejemplo:
“En un salón de clases hay dos chicos debatiendo sobre un tema, el primero tiene una postura y el segundo otra. Ambos enuncian fundamentos muy sólidos, esto lo hace complejo para quienes se encuentran fuera; decidirse por quien tiene razón es un caos, pues pareciera ser que ambos la tienen. A medida que pasa el tiempo, las respuestas van subiendo de tono, sin perder, por supuesto, la calidad argumentativa”.
Sin embargo, ¿por qué crees que la tonalidad sufre modificaciones en los debates? ¿Será una cuestión de racionalidad? Pues la verdad es que no, Humberto Maturana (biólogo chileno) comentaba en su libro “La Objetividad: un argumento para obligar” que la razón jamás estaba por delante de la emoción, sino, por el contrario, la emoción comanda la razón, motivo por el cual se podrían entender cómo es que las tonalidades en los debates, discusiones, conversaciones e incluso, cualquier tipo intercambio comunicacional manifiesta fluctuaciones; los sistemas abiertos siempre están en constante intercambio energético, es decir, jamás son estáticos, puesto que siempre se influyen y modifican mutuamente. Esto lo puedes corroborar en este mismo momento, mientras lees este artículo, es decir, tú le das utilidad a estas líneas y estás influyen en ti, más allá de que compartas o no lo que digan.
Recuerda la etimología de la palabra “emoción” que te deje al principio. En el ejemplo anterior, se podría entender que una respuesta que des ante un estímulo es, siempre y no de otra forma, producto de la sensación de: aceptación, rechazo, comodidad, incomodidad, etc. Piensa cuando una persona te dice algo que no te agrada, ¿realmente te mueve la argumentación o es más bien la incomodidad de escuchar algo de lo que estás en desacuerdo?, ¿podrías pensar sin sentir?, ¿podrías sentir sin pensar? Sería difícil, por no decir imposible, es por ello que el contínuum que te presento es: siento, pienso y luego existo.
En la actualidad está de moda el concepto “Generación de Cristal” haciendo referencia a los jóvenes que son sensibles y que si son capaces de expresarse sin temor a mostrarse vulnerables ante los demás; la muy conocida y aceptada “Generación de Concreto”, esa que vive en el silencio porque ve a todos como una amenaza, esa que es autosuficiente y que no es capaz pedir ayuda por temor al que dirán, esa que sufre en total anonimato, debe quedar de una vez atrás.
Una sociedad se fortalece en la medida que quienes la cohabitan depositan su confianza los unos con los otros; esta confianza se dará cuando se emancipen de la excesiva necesidad de competir desde la racionalidad defensiva y empiecen, por el contrario, a abrazar la autenticidad del otro con la palabra y la cercanía.
Y a ti, ¿Qué te parece? ¿Sigues viendo las emociones de la misma manera después de leer este artículo? Coméntanos. Sígueme en Instagram: @unpsico_dudoso/
Un abrazo.
Referencia
Maturana, H. (1997). La objetividad. Un argumento para obligar. Santiago de Chile: Dolmen.
Excelente publicacion…te felicito …que importante es darse el tiempo de explicar de buena forma los conceptos para comprender de manera clara y lúdica lo que nos complica ….Gracias por este espacio ,es y será sin duda de muchisima utilidad.