Por : Sebastián Parra Zurita – Chile / Instagram: @z.s.parra / Correo: zsparra01@gmail.com
En la era de la digitalización, los influencers han emergido como figuras centrales en el panorama cultural, económico y social. Representan una nueva forma de liderazgo, basada no en logros tradicionales como la experiencia académica, artística o política, sino en la capacidad de construir audiencias masivas a través de plataformas digitales. Sin embargo, este fenómeno no está exento de críticas. Muchos los señalan como símbolos de una sociedad hipermediatizada y mercantilizada, (o como lo comenta Lipovetsky, los Mass Media) donde el contenido, el mensaje e incluso la autenticidad son subordinados a las lógicas del consumo. Además, se les acusa de promover superficialidad, trivialización de problemas complejos y una glorificación de la estupidez disfrazada de entretenimiento.
El Influencer como Objeto de Consumo
La esencia del Influencer radica en su capacidad para influir en los comportamientos, preferencias y hábitos de consumo de sus seguidores. Esto los convierte en herramientas estratégicas para las marcas, que ven en ellos un canal directo hacia consumidores potenciales. Sin embargo, esta relación simbiótica entre Influencers y el mercado plantea una problemática profunda: ¿hasta qué punto estas figuras dejan de ser personas para convertirse en objetos de consumo en sí mismas?
El creador de contenido no solo vende productos; vende su vida, su imagen y su narrativa personal. Esta mercantilización de la identidad genera tensiones éticas ya que la línea entre lo auténtico y lo artificial se vuelve borrosa. Cada publicación cuidadosamente curada y patrocinada responde a una lógica comercial, lo que compromete la autenticidad percibida por los seguidores. El resultado es un ecosistema donde las relaciones humanas se ven sustituidas por transacciones económicas y donde el éxito se mide en términos de “me gusta”, visualizaciones y colaboraciones pagadas.
La Glorificación de la Estupidez
Otro ángulo crítico es la percepción de que los Influencers contribuyen a la banalización del contenido en la esfera pública. Si bien no todos los Influencers pueden ser encasillados de esta manera, una parte significativa de ellos se dedica a la creación de contenido que privilegia el entretenimiento vacío sobre la reflexión crítica. Desde retos absurdos hasta narrativas superficiales sobre temas complejos, muchos de ellos perpetúan una cultura donde el pensamiento profundo es sustituido por estímulos inmediatos y efímeros.
La crítica radica en cómo esta glorificación de lo trivial se convierte en un modelo aspiracional. Las generaciones más jóvenes, especialmente, tienden a idealizar a estos personajes, asociando su éxito con conductas superficiales y, a menudo, irresponsables. Esta dinámica refuerza valores que priorizan la fama y la riqueza rápida, relegando la importancia del esfuerzo, el conocimiento y la ética.
La Erosión de los Valores Culturales
El fenómeno de los Influencers también ha sido interpretado como un síntoma de una crisis cultural más amplia. En un mundo saturado de información, donde las noticias se consumen en segundos y las imágenes se desplazan rápidamente por nuestras pantallas, los Influencers, captadores de la atención mediática, representan una forma de evasión de la realidad. En lugar de fomentar debates significativos o abordar cuestiones críticas, muchos de ellos se limitan a ofrecer entretenimiento ligero y fácil de digerir.
Esta superficialidad no solo afecta el nivel de conversación pública, sino que también perpetúa desigualdades y estereotipos. Por ejemplo, la obsesión con la apariencia física y los estilos de vida lujosos, promovidos por numerosos creadores de contenido. Esto tiene un resultado significativo para la psique de la sociedad, ya que alimenta inseguridades y establece estándares inalcanzables para la mayoría de las personas. Esto tiene un impacto particularmente negativo en jóvenes y adolescentes, quienes están en etapas cruciales de desarrollo de identidad y autoestima.
Influencers y Capitalismo Digital
El surgimiento de las redes sociales no puede separarse de las dinámicas del capitalismo digital. Plataformas como Instagram, TikTok o YouTube están diseñadas para maximizar la atención y la interacción, lo que convierte a los Influencers en piezas clave de este engranaje. La economía de la atención, que prioriza el contenido más llamativo y viral, recompensa a quienes logran captar más miradas, sin importar necesariamente la calidad o profundidad de su contenido.
Bajo esta mirada, la promiscuidad y la vida en pareja también se ve afecta con plataformas tales como Only Fans y On Fire. El descuido por la intimidad, incluso en las relaciones de pareja, se ve afectada con Influencers que a toda costa buscan el dinero y la atención en desmedro de su integridad física y valorativa.
Esta lógica crea un círculo vicioso. Los Influencers sienten la presión constante de producir contenido que mantenga la relevancia y atraiga patrocinios, lo que a menudo los lleva a recurrir a estrategias cuestionables, como generar controversias innecesarias o explotar temas sensibles para obtener visibilidad. A su vez, los seguidores consumen este contenido sin reflexionar críticamente, perpetuando la demanda de este tipo de dinámicas.
¿Responsabilidad Individual o Social?
Es importante reconocer que la crítica hacia los Influencers no puede centrarse únicamente en ellos como individuos. Son el producto de un sistema que valora la apariencia sobre la sustancia, lo efímero por lo duradero, lo hedonista por lo virtuoso y que fomenta el consumo desenfrenado en desmedro de la interacción genuina entre seres humanos. En este sentido, la responsabilidad también recae en las plataformas digitales, las marcas que los financian y las audiencias que los consumen sin cuestionar sus implicaciones éticas o sociales.
Reflexión
El fenómeno de los creadores de contenido encarna tanto las oportunidades como las contradicciones de la era digital. Si bien han democratizado la creación de contenido y abierto nuevas formas de comunicación, también han exacerbado problemas como la superficialidad, la mercantilización de la identidad y la banalización del discurso público. Criticar a los Influencers no es un ataque hacia las personas, sino una invitación a reflexionar sobre el tipo de valores y dinámicas que estamos legitimando como sociedad. Por lo que, la pregunta no es solo qué tipo de Influencers queremos seguir, sino qué tipo de cultura estamos construyendo al hacerlo.
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